- ¡Naciste para la muerte!
L. A. Séneca. De tranq. I. - ¡Toma mi ánimo!
Mejorado. ¡Te devuelvo!
L. A. Séneca. De tranq. I.
M. T. Cícero nos refiere la historia de Cleobis y Bitón, hijos de la sacerdotisa Argía. Iba ella en un carro, según la costumbre de aquellos tiempos a un solemne sacrificio en un templo bastante alejado de la ciudad. Durante el viaje detuviéronse los bueyes que la conducían y, acostándose en el centro del camino, no se levantaron más. Los dos jóvenes ungieron entonces sus cuerpos con óleo y se sujetaron al yugo. La sacerdotisa, apenas llegó al templo en el carro tirado por sus hijos. rogó a la diosa que les diera por su piedad el premio mayor que se pudiese dar a un hombre. La Divinidad escuchó la oración de la madre y dio a los dos jóvenes un sueño profundo, del que no despertaron jamás.
Semejante plegaria hicieron Trophonio y Agamedes, quienes al edificar un templo a Apolo Délfico, pidieron al dios les concediese «el beneficio que más conviene al hombre». Apolo les prometió el cumplimiento de lo solicitado a los tres días y, efectivamente, cuando amaneció el tercer día, encontraron a ambos durmiendo en la paz imperturbable, que no tiene fin.
Con estas parábolas se aclara la razón por qué en la azarosa vida cotidiana de los antiguos grecorromanos, el deseo máximo era «¡alcanzar la libertad que rompe las cadenas de penas y devuelve la tranquilidad que tenía el hombre antes de nacer!» Se explica de esta manera por qué el hombre antiguo aprovechaba con tanta frecuencia «el mejor invento de la naturaleza» que Séneca tan acertadamente llamaba: «¡El Beneficio de la muerte!»
Para el hombre antiguo la vida era melliza de la muerte. En la Vía Latina, un anciano cautivo, conducido por las tropas victoriosas, al pasar ante César, le suplicó la muerte, pero éste en vez de cumplir lo solicitado, se limitó a contestar: «¡Pero viejo! ¡¿Aun crees vivir?!»
Los antiguos estaban convencidos de que el pretérito y el presente son regalos de los dioses, pero para que el futuro pueda ser un día presente, sólo depende de nosotros: de manera que, el que huye de su destino, merecerá el triste nombre de «La Sombra que no tiene futuro», pues así llamarán los que viven en la tierra a los que cometen el suicidio.
El hombre antiguo a menudo terminaba su vida antes de que por el Destino hubiera sido llamado. Se quitaba la vida por motivos religiosos, patrióticos y desde luego los humanos, demasiado humanos: y, para llegar a la libertad máxima, no le faltaban medios pues, como Séneca dice, la naturaleza nos puso en una prisión abierta que se llama vida; y verdaderamente la vida es una cárcel pero con una particularidad muy especial, que es posible salir de ella cuando se desee, es decir morir, quitándose la vida.
Referente al valor, Séneca considera que grande es aquel que no sólo se impone, sino también sabe recibir la muerte. El valiente no vacila, pues, según el rey Xerxes «el que piensa mucho, no actúa jamás», por ello, el hombre antiguo, si se hartaba del mundo, lo abandonaba sin vacilación, pues consideraba que la vida sería una esclavitud en adelante, si no tuviera el valor para terminarla».
Indudablemente, quitarse la vida requiere doble valor: uno, para superar la fuerza elemental con que el hombre está apegado a las tantas veces despechada vida: el otro, es para vencer la cosa más terrible, que es el propio terror.
Dice Critón que temer a la muerte es creer conocer lo que no se sabe, por ello, opina Séneca junto con Marcial que «necedad es morir por el miedo a la muerte», como es el caso del condenado, que destinado a luchar con las fieras en el Circo Máximo, fue conducido entre los guardias en un carro. Pero éste, cobarde, temía a los leones, y para evitar la muerte, puso con valor su cabeza entre los rayos de la rueda, y se mantuvo firme hasta que la rueda le segó el cuello. De esa manera rara, consiguió huir de la muerte hacia la misma muerte, convirtiendo la condena, proveniente de voluntad ajena, en su propia voluntad: un perfecto suicidio, pensando, quizás, «que si es mejor una vida más larga, en la muerte es preferible la instantánea».
Marcial nos dice que Fanio en la guerra, por el miedo que tenía al enemigo, se mató. Como comentario sólo nos falta decir: «¿Pero no le parece que es una locura matarse por no morir?»
Quítose la vida, y no por cobardía sino con cobardía aquel gladiador alemán, que se mató ahogándose con la esponja de la letrina, en vez de afrontar valerosamente su destino en la arena. Nadie, solamente un Séneca podía justificar semejante muerte indigna. Pues él, opina, que «Necio es quien se muestra delicado en la manera de quitarse la vida».
Acerca de la cuestión del suicidio había muchos pro y contras. Algunos sostenían que «No puede ser gran cosa lo que se nos escapa diariamente y se va gota a gota». La vida es servidumbre y la libertad está sólo en la muerte y morir más pronto o más tarde, carece de importancia.
Séneca mismo recomendaba que «conviene morir bien, para evitar el vivir mal», y Euripides le parecía que «no es imposible que la misma vida sea un morir y la muerte a su vez, el eterno vivir».
De todos modos, el estoico de Córdoba, estaba convencido de que «no será la vida más feliz por ser más larga» y, muchas veces vivir más de lo necesario era peor que la misma muerte, por ello no vale la pena conservar la vida a cualquier precio.
Sin embargo, el filohelénico Cicerón opinaba que el sabio saldrá de esta vida cuando sea llamado por Dios: y, el mismo Séneca nos advierte que sería ridículo desear la muerte, cuando precisamente la manera de nuestra vida nos hace correr hacia lo que ha angustiado toda nuestra vida. «A mi entender —recomienda Luciano— hay que esperar la muerte y no huir de la vida».
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Por todo esto, junto con los antiguos, llegamos a la conclusión categórica de que el hombre, esa «Luz de la vida», jamás debe apagar la llama de su vela divina, porque el que se quita la vida, dice Augustino que sufrirá la muerte, donde no muere la muerte, y por ello, perderá la inmortalidad, que nos hace divinos y perennes.
1 comentario:
Amigo esta muy bueno tu blog. m gusto.
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