Dos mujeres son peores que una sola.
Plauto
En el siglo segundo antes del nacimiento de Cristo, vivía un genio en Roma. Un iracundo viejo de ojos azules, que según los informes de los anales antiguos llevaba el nombre de Marco de la gens Porcia; pero era más bien conocido por su sobrenombre de Catón, al que agregaron más adelante el epíteto ornante de Censor.
Fue este «viejo-joven» uno de los pilares más firmes en la decadente república. Ilustre polihistoriador, orador-abogado, médico y venerado sacerdote de la moral y las buenas costumbres.
Era el hombre fuerte con una sola debilidad que él despreciaba y a la par respetaba, porque ni siquiera él podía librarse de ese vicio, que en todo el mundo se conoce con un nombre: «Mujer».
No dudaba Catón de que el hombre sin la mujer pudiera vivir más honrosa y tranquilamente y sabía con Plauto que dos mujeres son peores que una sola, confesaba, sin embargo con Anacreonte que «terrible cosa es no amar, aun si amar es cosa terrible» por ello, ya que «ni con la mujer, ni sin ella podemos vivir en paz», pensaba con Menippeas que mejor es corregirlas o soportarlas, pues corrigiéndolas nos aseguramos compañera más agradable, y soportándolas nos hacemos nosotros mismos todavía mejores.
Confesaba Catón todo esto en teoría, porque en la práctica prefería prevenir que corregir, en el afán de alejar a las mujeres de las fuentes de la tentación, llamadas así por los antiguos la bebida, y el deseo de ser ricas, que según él, «establece entre las esposas una rivalidad en el lujo, que a su vez incita a las ricas a emplear adornos que ninguna otra pueda llevar, y a las pobres obliga a gastar más de lo que permiten sus recursos, para evitar la humillante diferencia. ¡Creedme! — dijo en la discusión acerca de la Ley Oppia— si nuestras mujeres se avergüenzan de lo que no es vergonzoso como la pobreza, muy pronto no se avergonzarán de lo que realmente es.
La que pueda, comprará adornos; la que no pueda pedirá dinero a su marido. Será desgraciado el marido, que no acceda, pues, lo que él niegue, ya se lo dará otro».
Catón, que incitaba a matar a la adúltera y perdonaba al mujeriego, no tenía conflictos con su conciencia por la causa de su evidente injusticia, pues estaba convencido de que el excesivo poder que la naturaleza le dio a la mujer el legislador puede equilibrarlo, por lo menos a su manera.
En el fondo de su alma deseaba para cada mujer un buen marido, que, según su opinión, valía más para la república que un senador bueno. Pensaba lo mismo que Temístocles, que prefería para su hija más bien un hombre sin dinero, que dinero sin hombría.
Dos veces casóse Catón. Primero cuando era joven, y por segunda vez, ya en la avanzada tarde de su vida. Estas segundas nupcias del ya anciano con una jovencita le dio un famoso bisnieto, conocido con el nombre de Cato Minor, el filósofo. Esa ilustre descendencia nos parece suficiente para refutar los argumentos poco halagadores de Plutarco, acerca de este matrimonio tan desigual.
Sentía Catón respeto religioso para con los hijos y mujeres; y a los que levantaban sus manos contra ellos los consideraba sacrílegos, sin que por ello se hubiera cometido el error de tantos padres que fueron y son como era Temístocles.
Éste, en una oportunidad, al perder su paciencia, le reprendió severamente a su mujer diciendo:
—¡Mira! ¡Los atenienses mandan a los griegos y yo a los atenienses, tú a mí y a ti el hijo! De manera que no deseo tolerar más, que este hijo gobierne a Grecia».
Fueron estas las consideraciones de Marco Pocio Catón acerca del «poderoso sexo débil» llamado en la antigua Roma «mulier».
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