El antiguo grecorromano, no obstante que por su naturaleza era muy comunicativo, tenía su propio mundo, y sus secretos y para guardarlos, inventó sistemas curiosos, que merecen ser aquí recordados.
Ovidio recomienda a los enamorados muy vigilados, burlar la custodia de sus guardianes y les ofrece prácticas infalibles, para hacer llegar con seguridad las noticias a los destinatarios. Dice que si los métodos comunes resultaran inútiles, entonces «todavía tienes tu fámula que gustosamente te ofrecerá sus espaldas, como si fueran tablillas, y en la misma piel de su cuerpo te llevará y traerá la respuesta. Las palabras escritas con leche recién ordeñada burlan la perspicacia de un lince: sin embargo, se leen claramente echándoles polvillo de carbón. La misma escritura invisible obtendrás escribiendo con la punta de la caña de lino mojado. Las tablillas quedan al parecer, intactas».
C. Julio César tenía su método propio para hacer legibles sus cartas solamente para los destinatarios. Dice Suetonio que «para los negocios secretos utilizaba una forma de cifra que hacía el sentido ininteligible, estando ordenadas las letras de manera que no podía formarse ninguna palabra, para descifrarlas, tenía que cambiarse el orden de las letras, tomando la cuarta por la primera, esto es «d» por «a», y así las demás». Parecían estas epístolas como un conjunto de letras arrojadas allí, y sólo los administradores de sus bienes y Probus, el gramático, conocían su sistema
Mas notable era todavía el procedimiento de los lacedemonios, por medio del cual sus magistrados mantenían la correspondencia con el general, que operaba con las tropas. Tanto los éforos, como el comandante militar tenían dos varillas de igual largo y ancho, y cuando tenían que escribir sus comunicados enviábanles una cinta en forma de espiral, cuyos bordes se tocaban sin dejar ver nada del bastón que servía como patrón y base.
El mensaje se escribía transversalmente sobre los bordes de la cinta, desde la punta hasta el otro extremo de la varilla y la cinta, sacada después, no mostraba más que letras mutiladas, con cabezas y colas separadas. Para su lectura era necesario enrollar la cinta nuevamente sobre un bastón que tenía igual ancho y largo: un requisito, sin el cual la cinta era tanto para el enemigo como para cualquier otra persona, que no fuera el destinatario, completamente ininteligible. Los espartanos llamaban a esa cinta-epístola, ingenioso invento suyo, brevemente: skytalé.
El cartaginés Asdrúbal a su vez, tenía un método propio que felizmente no quedó en secreto pues en caso contrario sería imposible para nosotros comentarlo ahora. Escribía con su punzón sobre una tabla de madera blanda y después extendía encima la cera, y la tabla así preparada era enviada al destinatario, sin escribir nada sobre la cera o escribían cosas sin importancia alguna. El destinatario, al recibir la tabla, quitaba la cera, y leía lo grabado en la madera, haciendo su contestación luego de la misma manera.
Para mantener el secreto de comunicación, el invento de Histico era todavía más ingenioso, en cierta manera cómico y al par original. Este espía, que vivía en la corte de Darío, escribía sus noticias más secretas sobre la cabeza afeitada de un esclavo suyo, al que mantenía luego encerrado hasta que le salieran espesamente los cabellos. Le enviaba luego como mensajero con una carta sencilla a su cómplice Aristágoras, que so pretexto de higiene, rapaba la cabeza del esclavo y leía la carta sin dificultad alguna, y el esclavo ni soñaba que su cabeza servía como correspondencia.
Cuando Marco Antonio tenía sitiado en la ciudad de Mutina a Décimo Bruto, Octavio Augusto auxilió al combatido ante la batalla decisiva y no obstante que la ciudad estaba rodeada por el ejército de Antonio, podía hacer llegar a Bruto sus mensajes, grabados sobre tablas delgadas de bronce, con la ayuda de hombres ranas, llamados urinatores. Estos llegaron fácilmente a la ciudad, cruzando el río Scultenna.
También enviaba a Brutus noticias en clave por medio de palomas mensajeras, método que entonces estaba muy en boga, pues los griegos tenían por costumbre hacer llegar de esta manera a cada ciudad el nombre de los victoriosos, que ganaron la palma en los juegos olímpicos.
Acerca de otro sistema nos refiere Plutarchos, que entre los numerosos discursos de Catón se conservó uno solo, porque esta arenga, durante su elocución en el Senado, por orden del entonces cónsul M. T. Cicerón, fue anotada palabra por palabra por los afamados «amanuenses», que escribían la oración por medio de pequeños signos, entre los cuales cada uno tenía el valor de muchas letras y sílabas.
Dice Plutarchos que estos amanuenses eran los primeros representantes de los posteriores semeyógrafos a los cuales conocemos como celerígrafos, llamados con una palabra griega brevemente taquígrafos.
Las criptogramas de César, el skytalé de los lacedemonios, los sílabas-signos de los semeyógrafos, todo ello nos demuestra que el hombre siempre fue inventivo, y que el ingenio humano es perenne, porque no tiene edad.
sábado, 21 de junio de 2008
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