sábado, 21 de junio de 2008

PECADO EFESIANO - VIRTUD ROMANA


El hombre se irrita secretamente en su corazón,
cuando oye elogiar los buenos actos del prójimo.
Sin embargo, vale más despertar envidia que
compasión, porque a menudo es falsa, ¡pero la
envidia, ten la seguridad, que es siempre
sincera!
Píndaro. Pytica. I.

La envidia de los antiguos fue quizás el único rasgo humano, que era sincero y a su vez tenía doble cara, porque podía ser al mismo tiempo virtud y pecado.

Plutarco nos refiere que amarilla es la envidia y también amarga por los éxitos de otro, como también sabe trocarse en dulce placer, si observa que sufre daños el prójimo. Como pecado es mordaz, sostiene Fredo, y el envidioso —dice Salustio — considera el éxito de otro como agravio, por ello afirma Curcio, que los envidiosos son en realidad sus propios enemigos, pues sufren la propia inoperancia.

La envidia jamás reconoce los méritos ajenos, y sus aplausos son como las flores que le dieron a Policrite en la ciudad Naxos. Esta joven, heroína en la lucha contra los milesios, a su regreso triunfal, dicen que entre las aclamaciones de sus conciudadanos cayó ahogada bajo el peso de las coronas de flores y cintas de sus envidiosos. Fue enterrada en el mismo punto, lugar al que llamaron desde entonces la «Tumba de la Envidia».

La envidia es pecado que viene de Éfeso. Nos cuenta Salustio que allí cuanto más se hallaba alguno por encima de los demás tanto más se le tomaba a pecho; y esta insensata envidia pindárica era la causa de la afamada ley, que establecía que nadie debía sobresalir sobre otro, y si alguien descollaba por sus actos o virtudes, tenía que abandonar la ciudad.

Refieren los antiguos que la ciudad de Éfeso poco a poco quedó despoblada porque siempre tenía que emigrar alguien, que resultaba mejor que otro.

De Éfeso salieron los sabios, los Hermódoros, que fueron recibidos con los brazos abiertos en Roma, donde, si bien no faltaba ese humano vicio, sin embargo allí la envidia no era pecado, sino una virtud muy eficiente, pues en esta ciudad —a veces ociosa y soñolienta — los envidiosos en cotidiana y noble competencia, guiados por el afán progresivo de querer ser el primus inter pares (‘primero entre los iguales’) ya querían ser ellos mismos envidiados.

Para el antiguo grecorromano era vicio humano y al par virtud divina la Envidia.

Era pecado efesiano, que no tenía que ser odiado —dice Plinio— sino más bien romanizado para el progreso, transformándose en virtud humana.

No faltaban quienes sostenían que la envidia es también una virtud humana, porque los dioses, envidiosos de la dicha humana, jamás olvidan mezclar la hiel con la poca miel de Ismaros, amargando la bebida entre la copa y los labios, y dicen que ellos colocan la felicidad siempre allí, donde tú no estás.

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