sábado, 21 de junio de 2008

LA IRA CAMBYSICA

Dijo Ennio, que la ira es el principio de la locura....
M. T. Cicero, Tusc. IV

A los iracundos —dicen— se les tiene por los más francos.
L. A. Séneca, De ira.II.16

Nos refiere el inmortal Séneca que la ira humana es como el rayo: al caer, ya no puede detenerse: avanza ciegamente y arrastra aun hasta a los inocentes; por ello, quizás, se dice que la sola palabra «hombre», ya excluye la misericordia.

Para demostrar la veracidad de la tesis estoica, evocaremos aquí algunos relatos de los antiguos acerca de los estragos que la ira puede causar en la vida de los prójimos.

Octaviano, después de su aplastante victoria sobre los asesinos de César en Philippi, volvió furioso a Roma y ciego de venganza mandó a arrojar la cabeza de Brutus a los pies de la estatua de César. Envió con este furor al patíbulo a muchos; y a uno que le suplicaba le concediese la sepultura, contestó que ese era un favor que le harían a él los buitres.

A un padre, y su hijo que le rogaban por sus vidas, les dio la alternativa de jugárselas a la suerte, o combatir entre sí, prometiéndole la vida a aquel que tuviera la fortuna de vencer en tan impío duelo. El padre, arrojándose contra la espada de su hijo, cayó muerto. El hijo, al ver a su progenitor muerto, se quitó a su vez su malganada vida. La impiedad e ira de Octavio Augusto en estos tiempos tan crueles, dícese que no conocían límites.

*

Cambises, el rey de los persas estaba convencido de que la verdad está en el vino, y para encontrar la justicia tan escurridiza, bebía desde la mañana a la noche sin mesura alguna.

Proexapes, el consejero real censuraba por esta causa al rey, por su debilidad, pero éste, inflamado por la crítica benigna, le replicó diciendo:

—Eres injusto conmigo, y me siento obligado a demostrarte que el vino no influye en mi razón, ni hace temblar mis manos.

Al decir esto, comenzó a vaciar las copas, que tenía a su alrededor, y cuando ya se sentía colmado, se levantó y mandó que el hijo de su censor se colocase de pie a la puerta de la sala con su mano izquierda sobre su cabeza.

Acto seguido, el rey tendió su arco y con una flecha atravesó el pecho del inocente joven. Abrió Cambises en seguida la herida, y mostrando a los convidados la flecha clavada en medio del corazón, preguntaba al infeliz padre con ironíaI

—¡Proexapes! No voy a creer si me dices que mis manos antes eran más firmes que hoy!

Proexapes, en vez de contestar su desgracia con un acusador silencio:

—¡Señor! Reconozco —le dijo— que ni el mismísimo Apolo podría tener puntería mejor!

Dicen que le contestó así, para aplacar la ira del emperador, pero luego el imprudente censor y al par adulador necio, entre dolor y llanto aprendió que la ira es un pecado que no tiene límites y las censuras no solicitadas, los reyes suelen pagarlas con lágrimas.

*

La ira es también madre de la inclemencia; en la guerra contra los escitas llamaron a las filas a los tres hijos del anciano Aebaso.

Afligido éste por sus hijos, se dirigió inmediatamente al rey Darío, suplicándole que le dejase por lo menos uno de ellos como consuelo, incorporando los otros al ejército. El rey se enfureció mucho y con mal solapada ira prometió al anciano devolverle no uno, sino los tres hijos: y la palabra del rey se cumplió, porque al día siguiente llegaron a la casa paterna los tres jóvenes. No vinieron, sino que los trajeron, porque los tres eran ya cadáveres...

Jerjes no era mejor que Darío, porque a Pitio, padre de cinco hijos, cuando le solicitaó la exención de uno solo, le permitió elegir, y al joven, que resultó ser el preferido de su padre, el rey lo mandó a dividir por el medio, colocando cada mitad del infortunado a ambos lados del camino, por donde el ejército tenía que pasar.

La ira es madre de la inclemencia; además es sorda y ciega. Claudio el emperador destruyó cerca de Herculano una bellísima quinta sólo porque su madre estuvo antes detenida allí. Xerxes hizo azotar al mar, y mandó una carta al Monte Athos, en la que le amenazaba seriamente que lo tiraría al mar si le molestaba en la ejecución de sus planes.

Ciro se irritó contra el río Gynden porque desbordado se llevó algunos de los caballos favoritos que arrastraban su carroza real. Juró por todos los dioses que vencería a aquel orgulloso río y su promesa se hizo realidad, porque aprovechando su ejército, abrió trescientos sesenta canales y las aguas del río desaparecieron en el sediento desierto.

El rey ganó su batalla contra un inocente río, pero perdió la guerra contra los babilonios, a los cuales no pudo vencer con sus soldados agotados.

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Dice Séneca que los iracundos son enemigos de sus mejores amigos. Peligrosos aun para aquellos a quienes más quieren. Su única guía es la violencia y tan dispuestos están a clavar la espada, como a arrojarse sobre ella. El amante traspasa el pecho de su amada, y abraza luego arrepentido a su víctima.

La ira, el furor repentino es quizás el más injusto entre los tantos vicios, porque como es ciego, impulsa el alma al abismo y hasta sus hijos son nefastos – dice el antiguo autor – porque se llaman Crueldad e Inclemencia...

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