sábado, 21 de junio de 2008

EL ROMANO Y EL DINERO


Objetad a Platón que pidió dineros.
Aristóteles, que los recibió,
Demócrito que los despreció, y
Epicuro que los gastó...

L. A. Séneca: de vita beata 27.
Favorino: «¿Me atormenta el deseo de
poseer más de lo que poseo?
pues bien, cerceno algo de lo que tengo;
con lo que me queda estoy muy contento!
A. Gellius. Noct. att. IX. 8.

Dice Séneca que la naturaleza no desea más que pan y agua, y para conseguir esto, nadie es pobre , sin embargo en otro pasaje sostiene que es verdaderamente sorprendente el tumulto que se encuentra alrededor del dinero.

Este fatiga a los foros; mueve a los tribunales; pone en lucha a los padres con los hijos. Por dinero y en razón del dinero se mezclan y compran venenos. Se convierten en ruidosos litigantes los esposos: por el dinero se destruyen ciudades, levantadas con el largo trabajo de siglos, para registrar luego sus cenizas en busca de oro .

Increíble poder tiene en Roma el dinero. Un pedazo de pan socrático pudo abrir las bocas pero el oro de Horacio abrió las puertas a través de las guardias . En el siglo de oro, el dinero era un bien que hizo feliz la vida . Con dinero se compraba la más cerril fidelidad. Hombres y dioses se conquistan con regalos, y no obstante que el dios de Cicerón «no se cuida de nada, ni suyo ni ajeno» , sin embargo ni el mismísimo Júpiter rechaza las dádivas . Es fácil presumir —dice Ovidio— lo que hará el necio, si el sabio se rinde a los sobornos .

*

Al romano del principado poco y nada le importa si le llaman malo, lo importante que tenga dinero. Confiesa sin sonrojarse, que «¡si conseguimos riquezas, nadie nos preguntará cómo, ni cuándo, solamente cuánto, porque nada malo se encuentra jamás en el rico! En Roma el dinero es la felicidad del género humano y no el cariño de la madre, ni los méritos del padre. El oro dulcifica el hermoso pero ávido rostro de Venus , y Plauto confiesa, que «¡Hasta en el amor el oro triunfa ahora!»

La muy posible causa de esta mentalidad desviada era que en Roma, y especialmente en Grecia el concepto del Honor y la Riqueza, con que el ciudadano participaba en los gastos del Estado por medio del censo fueron expresados con la palabra timé. De allí nació la denominación «Timócrata», el poderoso por su dinero: de allí también el falso concepto de que si uno tiene dinero, eo ipso tiene el honor.

Así surgió el afamado lema petroniano: «Assem habeas, assem valeas!» «Vales tanto cuanto tienes».

Dice Plauto, si uno es pobre se le considera despreciable; ¡pero si es rico, aunque sea malísimo, pasa por hombre de bien, porque tiene bienes! Unde habeas, quaerit nemo, sed oportet habere, dice Lucilio. Nadie te pregunta, cómo eres rico, ¡lo que importa es serlo!

El antiguo romano, o como Juvenal dice: «El amante de la pobreza, del breve sueño y de las callosas manos», se subleva contra el poder del dinero. El honor, el «timé» contra la «Timo-Kratía» el plebeyo contra el patricio porque tiene dinero .

Dice el estoico Séneca que los ricos que exponen en sus zaguanes las estatuas de sus mayores vienen a ser más conocidos que nobles, porque a éstos, cuando les falta un abuelo ilustre, el vacío lo rellenan con dinero . Platón solía decir que «no hay rey que no descienda de un esclavo, ni esclavo que no descienda de reyes» , entonces un atrio lleno de retratos, y la riqueza siempre incompleta no hacen al hombre noble. Cuando preguntaron a Arquímedes, por sus antecesores, éste contestó: «¡La nobleza —amigo— no tiene ni dinero, ni un ayer! ¡La nobleza comienza conmigo!»

Según el dinero puede ser que nazcamos diferentes, pero todos morimos iguales, por ello es más conveniente considerar no el origen sino el fin, y saber despreciar el dinero para ahorrarnos el engaño de Darío. Este al pasar al lado del Mausoleo, de la reina Semiramis, vio sobre la puerta un verso que más bien parecía una invitación que un epitafio. «¡El rey que necesita dinero bastará que abra mi monumento, y podrá llevar la cantidad que quiera!»

Darío hizo abrir inmediatamente la puerta, pero al entrar no encontró allí ni un denario pero sí, otro verso que rezaba así «Solamente un malvado e insaciable por el dinero puede ser tan impío, que perturbe mi paz violando el lugar de mi descanso eterno» .

Un hombre libre no se mide por el dinero, dice la sentencia de Paulo, y esta regla debe regir especialmente en una comunidad, pues, como Cicerón acertadamente observa «No podría haber espectáculo más triste que una sociedad, en la que se aprecie a los hombres en proporción a sus riquezas».

Las más frecuentes preguntas entre la gente de bien en Roma eran: «¿Quién es tu padre?» o «¿Cuánto tienes?» Esta costumbre depravada sobrevivió las injurias del sempiterno tiempo, porque hasta hoy si alguien no entiende bien mi nombre, me pregunta: «¿Cuánto?» Y yo —a veces— contesto: «Domine! ¡Tengo poco, sin embargo me siento más honrado que rico, porque no deseo más de lo que tengo!»

Epistola del censor Censorino al consul Sexto Licinio Calpurnio

Dice Apiarius que en una antigua biblioteca romana encontró una epístola del Censor Censorino, dirigida al cónsul Sexto Licinio Calpurnio, cuando éste llegaba a su turno y tomaba el mando.

En esa carta el Censor con breves y concisas palabras explica al cónsul su claro punto de vista acerca de las cuestiones más importantes del estado romano. La epístola es así:

Censorino, el censor saluda al cónsul del Pueblo Romano, Sexto Licinio Calpurnio.

La oportunidad de que tú estás entrando en tu turno, me obliga a enviarte esta carta para contestar tu anterior y al par brindarte la oportunidad de conocer mejor a tu amigo.

Hace poco me reprochaste, Licinio, y dices que soy demasiado severo para con el Pueblo, pero Licinio, yo deseo ser justo, porque considero que es el único bien que puede existir en mi política. Ser justo, Licinio, es lo mismo que vivir según el derecho, y ser hombre derecho es lo mismo que ser hombre de derecho.

Tú me preguntas acerca de las enmiendas que algunos pretenden hacer en nuestras leyes. Tú sabes, Licinio que soy contrario a todo eso, porque hacer enmiendas es lo mismo que debilitar la fuerza de las leyes antiguas, que en su conjunto son el fundamento de nuestra Patria.

Recuerda, Licinio, que desde la República de Hipodamo, en nuestro estado también de los labradores y artesanos hicimos ciudadanos, y de nuestros soldados vigilantes de estos. Es muy difícil encontrar el equilibrio, porque un Estado que tiene multitud de plebeyos y cuenta solamente con muy pocos guerreros, será un Estado populoso, pero poco popular. Roma será grande, Licinio, cuando tenga los suficientes soldados para defenderse, y a veces protegerse contra sí misma.

Acerca de la política agraria que tú persigues, te hago recordar, Licinio, que ya Sócrates nos enseñaba que a un jefe de Estado, en la legislación dos cosas deben guiar: el suelo y los hombres.

El suelo, la Patria de todos, debe ser también para todos en proporciones equitativas para poder mantener una vida sobria, y al par con esto podemos eliminar el caldo de revoluciones y crímenes que expresamos con una sola palabra, la miseria.

Solamente con la Patria para Todos, podemos exigir que en la carga del Estado participen todos sin ser eximidos.

Yo no podría admitir, Sexto Licinio Calpurnio, que el que tiene cuatro hijos, sea exento de impuestos, ya que no es difícil prever que de esta manera aumentaremos únicamente la cifra de los ciudadanos, y al par, la miseria, la desesperación y el número de los desgraciados, pues, la gente, para ser eximida se transformará en proletaria, contentándose con satisfacer al Estado, con su prole, con los pobres hijos, que no cuentan nada, porque nacen aun a veces sin querer.

En lo referente a la relación que debe existir entre el Estado y los ciudadanos, yo creo, Licinio, que estos últimos tienen que saber tres cosas: repartir los poderes, saber ejercer la autoridad, o resignarse a la obediencia.

Ser obediente no es humillarse, tú sabes, Licinio, que ser obediente en Roma, es cosa muy honrosa, porque el ciudadano subsiste, cuando siendo libre, sin rebelarse, obedece.

Además no debes olvidar, que los Quirites que saben obedecer adquieren el derecho de ejercer un día el poder.

Sexto Licinio Calpurnio, cónsul del Pueblo Romano, te mando esta epístola con mi mensajero Hermes para recordarte que el cónsul que inicia su turno debe actuar con serenidad, prudencia y desde luego siempre con mano fuerte.

El Censor Censorino a su Amigo Sexto Licinio Calpurnio, cónsul del Pueblo Romano, plurimam Salutem Dicit.

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