sábado, 21 de junio de 2008

EL JURAMENTO ROMANO


«¡Juro por el Gran Dios, Eterno
y Omnipotente!
¡Por el Hijo y Espíritu del Padre!
¡Nacidos Uno en Tres, y Tres en Uno!»
Luciano: Philopatris XII.

Dice Isócrates que antes la simple palabra poseía mayor fuerza y su cumplimiento era más sagrado que el mismo juramento . Ciertamente las Leyes Decemvirales crearon el himno a la confianza mutua, consagrada con la pronunciación de pocas y simples palabras: «Uti linqua nuncupassit, ita jus esto!» ¡Como tú declaras con tu viva voz, sea tu palabra derecho!

Pero lamentablemente, el engaño es viejo como el hombre, y su hijo es la desconfianza mutua. El remedio contra ese mal en Roma era el juramento. Su base fue la compleja y profunda mística fe que actuaba como Freno Sagrado , porque cuando el romano juraba, llamaba a Júpiter, al Padre Auxiliador por testigo. El cuadro del juramento con el pincel de Crisyppo, nos parecerá hoy una Trinidad mixta, en cuanto dos humanos y un dios, crean por medio del juramento, un contenido y un fin de sólida estructura.

Uno que jura, otro que toma el juramento, y el tercero supremo es el Dios, que los escucha y ratifica el acto.

En la antigüedad podían jurar todos, hasta los esclavos, porque ante Jupiter existían solamente seres humanos.

Todas las personas podían jurar menos tres: el sacerdote supremo, el Flamen Dial , porque sus palabras eran sagradas. Tampoco podían jurar los infieles, cuyos juramentos eran considerados como eo ipso perjurios. En tercer lugar eran dispensados de jurar los más eminentes y los hombres más honestos. Nos refiere Cicerón que Xenócrates era de vida tan pura y honrada, que cuando en una oportunidad tuvo que declarar en una causa pública, al acercarse al altar, para prestar el juramento, todos los jueces a una voz pidieron que no lo hiciese. No quisieron pues que aquel hombre de excelente virtud pareciera más comprometido a decir la verdad por un juramento, que por el respeto a la verdad misma .

Consideraban los romanos que la flaqueza humana crece en proporción directa con la viveza , por ello prestaron mucha atención a la formulación de los textos del juramento; quisieron pues impedir que su cumplimiento —por medio de hábil y sutil interpretación— fuera fácilmente eludido.

Dice Tácito, que el Senado, hizo jurar a los Magistrados que no recibieron, ni recibirán prebendas, ni otra clase de premios. Agrega todavía, que algunos de los magistrados que no tenían la conciencia muy limpia, se confundieron mucho, y mudaron con hábil sutileza las palabras del juramento para escapar de las consecuencias de un perjurio, y al mismo tiempo no ligarse para el futuro . La forma del juramento en Roma era de lo más variada. Juraban por dioses, por humanos deificados, por Leyes y hasta por objetos. Confirmaban luego el juramento con gestos simbólicos, ritos y fórmulas sagradas. Los hombres juraban por Jupiter, y Hércules: las mujeres con preferencia por los Castores . En ciertas circunstancias solemnes lo hicieron por la Trinidad especialmente romana, con la egipcio-italiota, en esta forma que nos causa verdadera sorpresa.

«¡Juro por el Gran Dios, Eterno y Omnipotente!
¡Por el Hijo y el Espíritu del Padre.
¡Nacidos Uno en Tres, y Tres en Uno!
¡Este es Júpiter, no hay otro verdadero!

Los esclavos y libertos juraban por el Patrono , y este mismo lo hacía por el emperador o por su Genio . Juraban también por cualquier objeto, como Scipión por su toga viril, Toxaris por el viento y el alfanje, porque el viento es símbolo de la vida y el alfanje señala la muerte .

Cuando cartagineses y romanos hicieron un tratado de paz, lo confirmaron por medio de un juramento. Los primeros juraron por los Dioses Patrios y los romanos, a su vez, por una piedra, según antigua costumbre. Dice Polibio Megapolitano, que el que firmaba el tratado, después de haber jurado sobre la Fe Pública tomaba una piedra en la mano y decía: «¡Si juro verdad, que me suceda bien, pero si pensase u obrase de otro modo, excepto todos los demás en sus Patrias leyes, templos y sepulcros, yo solo sea exterminado, como ahora lo es esta piedra!», acto seguido arrojaba la piedra .

Era costumbre de las mujeres jurar por el propio cabello. Sin embargo pocos confiaban en esta clase de juramento femenino, pues el cabello más de una vez resultó ser ajeno; era costumbre de las romanas llevar pelucas rubias y castañas, compradas en Germania. A esto se refiere Marcial, cuando en uno de sus cáusticos epigramas nos dice que Paula, jura por el cabello rubio traído de Germania, que recién ha comprado. «¡Pero tu cabello, Paula, es germano, y por ello —agrega— tu juramento desde luego es un perjuicio!»

Confirmaban el juramento con gestos simbólicos: piedra en mano o con las manos puestas sobre el altar de Libón , o sobre las víctimas , en el juramento militar, mientras los soldados pronunciaban la fórmula, colocaban la punta de la espada corta sobre la propia garganta .

Era un gesto simbólico el de Clearco: después de jurar se apretaban las manos, indicando que «¡yo no te haré daño, ni tú a mí!» De esta modalidad nació nuestro tantas veces adulterado apretón de manos .

En casos especiales y de gran importancia, confirmaban algunos sus juramentos con la sangre vertida, imprecando contra sí mismos, y otros se contentaron con reafirmar el primer juramento por medio de un segundo. Salustio y Tertuliano nos informan , que Catilina se «conjuraba» con sus compañeros, bebiendo recíprocamente el vino mezclado con sangre vertida de sus brazos.

El empleo de imprecaciones era cierta forma de prevención contra los que tomaban el juramento en broma y lo hacían sin respeto ni fe.

Las imprecaciones eran maldiciones, pronunciadas por el que juraba, y estaban dirigidas contra sí mismo, para el caso de incumplimiento de lo jurado. «¡Isis y Júpiter dispongan de mi cuerpo! Hieran mis ojos y yo quedaré ciego, si no cumpliera con lo que ahora juro» . Los escrupulosos agregaban todavía un segundo juramento, asegurando en éste que sin falta cumplirían lo prometido en el primero.

*

El juramento carecía de límites geográficos. Después que los romanos sufrieron la gran derrota en Canas, Aníbal, bajo el previo juramento de que regresarían al campamento, dio permiso a diez cautivos para ir a Roma a tratar sobre el rescate de los demás con el Senado. Los cautivos, después de haber jurado salieron del campamento, yendo a Roma, pero uno entre ellos, so pretexto de haber olvidado algo, volvió al campamento y salió luego de nuevo. Llegaron todos a Roma y, después que se frustraron las tratativas acerca del monto del rescate, regresaron todos los cautivos al campamento cartaginés, menos uno. Este al ser preguntado por la causa de su conducta, alegó que después de la salida, volviendo al campamento cumplió con lo jurado y en consecuencia estaba liberado ya de su juramento.

El Senado de Roma decidió sin embargo que los juramentos, hechos ante el dios, carecen de límites geográficos, y por ello pusieron en cadenas a este sutil intérprete y lo devolvieron a Aníbal. Este hombre para ellos ya no era romano, sino un prófugo y perjuro esclavo del enemigo.

*

Sabían respetar los romanos el juramento, y también sabían hacerlo respetar.

Dice Polibio Megalopolitano, que en Roma magistrados y embajadas manejan cuantiosas sumas de dinero. La religión sola por medio del juramento les hace observar una fe inviolable, y lo que en otros pueblos sería un prodigio —hallar un hombre que se hubiese abstenido del dinero público, y estuviese limpio de tal crimen— en Roma al contrario, era muy raro encontrar un reo de peculado manifiesto .

De este respeto para con el Juramento nació en Roma, la seguridad casi absoluta entre las partes contratantes; de allí la sorprendente brevedad de los juicios públicos, pues se comprobaba la inocencia o la culpabilidad con un simple juramento; de allí nació también el extraordinario valor, disciplina y lealtad del Ejército, auténtico creador del Imperio Romano .

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Nuestro juramento ya no es romano sino típicamente contemporáneo. Muy formal, pero su contenido carece de fe y confianza; quizás, por ello nuestra declaración jurada sin los sellos redondos y demás firmas, carece de fe. El juramento, esta clase de juramento con «fianzas» ya no despierta confianza.

Por esto ya es tiempo que juremos que no juraremos más, esperando el día, en que nuevamente será suficiente la palabra dada, y ninguna otra cosa más.

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