El perro mientras ladra, no muerde.
Curcio, Vit. Alex.
¿Has visto ya alguna vez un can captando con la
boca abierta un trozo de pan o de carne que le
lanza su dueño? Todo lo que logra alcanzar lo
engulle rápidamente aguardando lo que seguirá.
Así nos sucede; todo lo que la fortuna lanza a
nuestra impaciencia lo engullimos al punto...
siempre ansiosos por apoderarnos de una
nueva presa...»
L. A. Séneca, Epist. 72.
Un fragmento de Jenófanes nos refiere que en una oportunidad castigaban a un perro en presencia de Pitágoras. Éste, al escuchar los aullidos desesperados del can, se conmovió mucho y dijo: «¡Dejad de castigarlo, porque tiene el alma de un amigo mío, al que yo he reconocido al sentirlo llorar!»
Los grecorromanos no podían concebir su vida sin el perro, que ya entonces representaba su raza con múltiples especies. El can de los antiguos era un feroz cazador, celoso guardián de los santuarios y fiel custodio de la casa familiar.
Refiere Curcio que en el reino de Sopitas había cierta clase de perros, adiestrados en la caza de leones. El mismo rey hizo una demostración a Alejandro Magno, dejando libre a un corpulento león en un foso. Bastaron sólo cuatro perros para dominar rápidamente a la fiera. El rey, para demostrar que cuando esos canes clavan sus dientes, no sueltan la presa, hizo una señal y el cuidador comenzó a herir con su cuchillo a uno de los perros que estaba aferrado sobre el león. Agrega Curcio que el can no soltó su presa hasta que se desangró y murió. Los descendientes de estos perros de Sopitas posiblemente sean los que hoy se denominan boxer y bull-dog.
En el mosaico del vestíbulo de la casa de Próculo en Pompeya, se ve la figura de un perro encadenado. Quería representar esa imagen que el can es el verdadero guardián de la casa. En la antigua Roma, al entrar en una casa, rara vez faltaba la inscripción en el piso de mosaicos: «Cave canem», cuya versión castellana es: «¡Cuidado con el perro!».
No faltaban los perros tampoco en los santuarios. Los antiguos autores C. Opio y J. Higinio sostienen que P. Escipión Africano era considerado hijo de Júpiter porque nació a los diez meses y si había alguien que dudase sobre su origen divino, tenía que convencerse al ver asombrado cómo Escipión tenía la costumbre de cruzar en las horas nocturnas la antesala del templo entre los más feroces perros guardianes que estaban adiestrados para lanzarse contra todos los que en las horas nocturnas se acercasen al santuario. Los perros le trataban como si llegara su amigo o dueño.
Capparus, así llamado el can guardián del Santuario de Aesculapio, siguió en una oportunidad y atrapó al ladrón, que se llevaba el oro y la platería del templo. Los atenienses, por medio de un decreto establecieron que este perro en adelante debía recibir sus alimentos a cargo del Estado, encargándose de su cuidado a uno de los sacerdotes.
El perro entre los pueblos de la antigua Roma y Grecia desempeñaba también otro papel importante, pues además de guardián de la casa, era como tantos otros animales, objeto de sacrificios y por ello víctima de la religión.
Los espartanos sacrificaron perros al Dios Marte. En Beocia, durante las fiestas de la purificación, dividieron en dos a un perro y la gente pasaba entre las unidades en procesión. En Roma, en las Fiestas Lupercalias, durante el mes de febrero, sacrificaban los sacerdotes un skylax, es decir un cachorro de perro a Lycus o Lucus, divinidad que representaba al lobo y tocaban con este cachorro muerto a todos los que de esta manera buscaban la purificación. Por ello llamaron a este rito perískylacismo o Purificación por medio del perro.
Vistieron los romanos a los lares con el cuero de perro, simbolizando de esta manera que los Lares, divinidades internas de la casa, vigilan la paz de la familia con el alerta de un perro.
El antiguo romano, antes de nacerle un hijo, sacrificaba un perro ante el altar de la divinidad Mana Geneta, Madre de los Lares, suplicándole un parto fácil a la madre y larga vida para el que estaba por llegar. Parece que era costumbre comer la carne de los perros sacrificados, pues más adelante se combatió esa modalidad y fue declarada como sacrilegio.
El antiquísimo teólogo Varro, nos refiere que en las fiestas de Hércules a los mismos feligreses el rito les prohibía hasta el acercarse a un perro. No nos sorprende que la pronunciación de la palabra canis (‘can’) estuviese prohibida para el supremo sacerdote, llamado Flamen Dial, porque el perro, en su comportamiento —según las referencias de Plutarchos— era el animal más desvergonzado, y por esta razón le estaba vedado también al Flamen tener perro en su casa. El supersticioso romano consideraba que es de mal augurio si un perro insiste en entrar en la casa.
No obstante todo esto, el perro era para el hombre antiguo el más fiel y leal amigo. A Calvo Romano, que estaba proscripto, no lo pudieron ni detener, ni acercársele hasta que antes no mataran a su fiel perro.
El rey Pirro, en una oportunidad encontró a un can que guardaba fielmente el cadáver de su amo, que había sido asesinado. Pirro hizo enterrar al muerto y se llevó consigo el perro. Pocos días después en un examen en que los soldados tenían que pasar ante el rey, el perro que estaba al lado de éste saltó repentinamente y agredió a dos soldados que al ser interrogados inmediatamente por Pirro, confesaron ser autores del asesinato de quien poco antes fuera dueño del can.
El hombre antiguo verdaderamente no tenía amigo más leal que el perro y esto nos lo demuestran las referencias de Plutarchos. Consideraban los antiguos que el perro se llama animal, porque tiene ánima, es decir alma, por ello, cuando un perro moría le daban sepultura para que descansase en paz. Xantipo, el mayor, a su perro, que nadando junto a su galera lo siguió hasta Salamina, cuando llegó al fin de su vida, lo hizo sepultar en un promontorio que todavía hoy se llama la «Sepultura del Perro».
Alejandro Magno también tenía su perro llamado Peritas, que él mismo criaba y al que quería mucho. Cuando este can murió, según las referencias de Sosión y de Potamón de Lesbos, Alejandro edificó una ciudad para perpetuar la memoria de su querido amigo.
El perro de Alcibíades, era quizás el can más caro del mundo antiguo. Lo compró por siete mil dracmas y le hizo cortar la cola. Cuando le preguntaron el por qué, dijo sonriendo: «Ahora los atenienses, en vez de mí, se ocuparán de la cola de mi perro».
El perro, fiel amigo del hombre, demostró que hasta con su muerte puede serle importante y útil. Dice Valerio Máximo que L. Paulo Emilio, el cónsul, después de haber sido encargado de conducir el ejército contra Persio, al llegar a su casa desde la curia, encontró llorando amargamente a su pequeña hija Tercia. Interrogada por la causa de su llanto, entre sollozos y lágrimas le contestó que había muerto su perrita llamada Persa. Era este triste acontecimiento un signo muy favorable para Paulo y el día 22 de junio del 161 a.C. venció a Persio, llevando consigo como prisionero a Roma al todopoderoso rey de los Macedonios.
*
Dice Plutarchos que el perro es amigo del hombre, y enemigo sólo de aquél a quien ladra, pero solamente hasta que se amansa con el bocado que con buena intención se le arroja.
En la antigüedad el perro era el mejor amigo del hombre y esto continúa invariable. Él es nuestro invariable amigo.
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