Cuento un solo hombre por un Pueblo!
Y, a todo un Pueblo por un solo hombre!
L. A. Séneca: epist. mor. 7.
Gameo, es palabra griega. Expresa la unión de dos seres, que en sí es lógica y potencialmente más antigua que la propia naturaleza, pues ésta, como su nombre «natura, nacimiento» lo indica, es consecuencia de la misma unión.
El gameo en su forma de matrimonio es una cuestión que interesa al individuo y también a la comunidad, pero con diferentes fines y medios, entre sí coincidentes, pero por motivos distintos.
El estado teocrático dicta preceptos religiosos acerca de la continuación del culto familiar, destinado éste como finalidad para el individuo, y medio útil para el Estado.
Efectivamente, el individuo, fuera romano o griego, consideraba al matrimonio solamente como un medio útil para poder llegar a su verdadero fin, tener hijos, que aseguraban la ininterrumpida continuación del culto familiar. Con esto se cumplía también la finalidad del Estado, que por medio de la religión, aseguraba para sí el necesario caudal humano para sus guerras continuas.
De esa manera, el individuo sería un medio para el Estado y viceversa; fines y medios que coincidían en cuanto que el individuo tenía que procrear, y el Estado tenía que poblar. Esta es la causa que explica por qué el Estado Romano intervino en los matrimonios, dictando leyes destinadas a inhibir el celibato, fomentar la monogamia y si la necesidad así lo requería, concedía también la poligamia en sus dos formas comunes: la poliginia, o sea un solo marido de varias mujeres, y la poliandria, en donde una mujer se unía con varios simultáneamente.
Referentes a los motivos de la poligamia, cabe observar que en Roma sobraban casi siempre las mujeres. Una de las causas de este fenómeno era la misma naturaleza que tiende a crear siempre más mujeres que varones, y la otra causa era el poligámico celibato plautuniano que no quería saber nada con hijos, y contentábase siempre con las mujeres de sus prójimos. La tercera y principal causa de la poliginia en Roma eran las guerras devastadoras, que con sus estragos en el número de los varones causaron serios desequilibrios cuantitativos.
El estado romano, a fin de restablecer ese equilibrio cuantitativo y eugenésico, combatió enérgicamente el celibato, y luego como quedaba un excedente femenino, para eliminar la poligínia, concedió dos formas. Una era el semilegalizado concubinato.
El ciudadano casábase con su mujer en nupcias legítimas, pero en su carácter de Patrono, a menudo tenía en su casa, también una liberta, «Pallax», como concubina, en el estricto sentido de la palabra en «matrimonio», pues los hijos que tenía con ésta, seguían la condición de la madre concubina. Era muy común en Roma el cuadro familiar campesino —contado por Juvenal: «está... la doméstica caterva... la esposa encinta y los hijos, jugando alrededor, nacidos, unos de la concubina, y otros de la esposa. Otra forma de convivencia era la muy discutida modalidad griega, de convivencia de un hombre con dos hermanas, sistema relativamente cómodo que fue suprimido a fines del siglo IV por los emperadores Valentiniano y Arcadio.
También en Grecia existía la poliginia por las mismas razones que en Roma, y en cierta manera en forma legalizada, porque los griegos por motivos demopolíticos sociales y eugenésicos consideraron más equitativos permitir la bi-ginia o bigamia legalizada, que fomentar la prostitución no religiosa.
Escribe Aristóteles que Sócrates tuvo dos mujeres propias: la primera Xantippa, y la segunda era Mirtha. Algunos sostienen que el sabio casóse a un mismo tiempo con ambas, pues, como dicen, los atenienses... quisieron (de esta manera) poblar la ciudad exhausta por las epidemias y guerras''.
Sin embargo, tener dos mujeres o dos esposas al mismo tiempo, en Atenas no parecía ser la misma cosa. Dice Gellio que Eurípides aborreció a las mujeres por la experiencia de su doble matrimonio, que contrajo en una época, en que la Ley permitía en Atenas tomar dos mujeres a la vez.
La segunda forma de la poligamia grecorromana era la poli-andria, o convivencia de una mujer con varios hombres.
También la poli-andria surgió de los desequilibrios cuantitativos, causados estos no tanto por las guerras, sino más bien por las pestes y epidemias que a menudo azotaron y asolaron las poblaciones romanas y griegas, haciendo estragos entre las mujeres y los niños que estaban más debilitados por el hambre. Nos refiere Festo, que los romanos con las grandiosas fiestas taurinas recordaban anualmente una trágica y funesta peste de las mujeres; cuenta, que en la época de Tarquinio, presumiblemente por el exagerado consumo de carne de toro, especialmente aquellas que estaban encintas, cayeron como el trigo sorprendido por la guadaña.
La ciudad en esta oportunidad quedó con muy pocas mujeres núbiles. La solución eugenésica y demopolítica de parte de Roma, era el bienvenido estallido de las guerras con los etruscos, la supresión provisoria del concubinato y la tácita y provisoria tolerancia del celibato, sin siquiera pensar en recurrir a la solución de legalizar una bi-andria directa, que para un romano era inconcebible.
No había en Roma una bi-andria directa, pero sí, poliandria indirecta, pues poliándricas eran las mujeres del siglo de oro, que contraían matrimonio con el fin de un pronto divorcio y poder casarse nuevamente con otro. Era esta la época en que ilustres matronas romanas habían dejado de contar los años por los cónsules, sino que lo hacian por los maridos que habían tenido anual o mensualmente.
Eran poliándricas las antiguas romanas que bajo la capa de una honesta monogamia, cometieron adulterios con sus esclavos o se dedicaron como la mujer de Caridemo, a sus médicos. La poliandria indirecta de Emilia Lépida, o la de Gallia esposa del miope Pánico no eran los primeros casos, ni siquiera los últimos, pero sí fueron los prototipos de los perennes adulterios.
Poliándricas eran también aquellas pobres romanas, que fueron corrompidas por sus propios maridos, entre las cuales no faltaba Marcella de Catón, quien con el expreso consentimiento de su marido, tuvo que desempeñar el triste papel de la mujer, a quien el marido la prestaba a otro marido (su amigo Hortensio).
La idea de la poliandría no era ni ajena, ni extraña a la mentalidad de la antigua mujer romana. M. P. Catón, el bisabuelo del marido de Marcia escribió una graciosa historia acerca de esta tesis, referente a Papirio Pretextato. Este joven al regresar con su padre del Senado, fue interrogado por su madre acerca de las deliberaciones del Senado. Papirio no quiso contarle, pero ante la repetida insistencia de su madre, le contestó que los senadores habían discutido acerca de la cuestión que sería mejor para la República, si dar dos mujeres a un marido, o dos maridos a una mujer. Aterrada quedó la madre con la noticia, que —como siempre ocurre— no podía soportar su peso sola... Dícese que en la mañana siguiente un grupo de desoladas mujeres acudió a las puertas del Senado: llorando y gimiendo pidieron que se diera dos maridos a cada mujer más bien que dos esposas a cada marido.
Existió la poliandria también en Grecia; especialmente entre las espartanas, en formas más raras. Refiere Polibio Megalopolitano que las costumbres e instituciones de Lacedemonia, permitían a tres o cuatro hombres, y aún más cuando fueran hermanos, tener una misma mujer, cuyos hijos les pertenecían en común. Los lacedemonios recurrieron a esta solución cuando los desequilibrios cuantitativos de la población hacían peligrar la subsistencia normal del Estado.
La misma importancia dieron también a los principios eugenésicos. Un espartano monógamo, con su única mujer en matrimonio legítimo —que tenía ya bastantes hijos— la cedía a quien la solicitaba para tener descendencia. El espartano, si por su propia imposibilidad no tenía hijos, con ruegos y exhortaciones traía a su casa a otro para que éste lo reemplazase, y procrease hijos de buena figura y carácter. Plutarco narra, que en Esparta era muy natural que el anciano marido de una mujer joven, invitara a su casa a algún mozo gracioso y bueno, a fin de mejorar su estirpe.
Concedían en Esparta esta rara forma de poliandría, porque los legisladores estaban convencidos de que los hijos son de propiedad de los padres pero también del Estado. La poliandria en Grecia fue justificada por el principio «mens sana in corpore sano». No obstante todo esto, piénsese lo que se quiera, cabe observar aquí que en Esparta no había liviandad, ni adulterios: «Ninguno! Porque aquí no hay adúlteros», señalaba Plutarchos.
En la larga historia de los grecorromanos había oscilaciones para restablecer el equilibrio, es decir, la monogamia; sin embargo, en casos excepcionales resultó más provechosa la poligamia, siempre justificada por sus fines sagrados y teológicos.
Al antiguo romano le pareció más honesto legalizar lo natural que tener la necesidad de castigar. Consideraba más acertado acomodarse a las leyes de la naturaleza, que subordinar ésta a las leyes creadas por el celo y el excesivo amor propio del individuo.
El precepto del Estado teocrático romano frente a todos los intereses individuales, bien se expresaba por el dicho numídico: «Romanos! Si pudiésemos prescindir de las esposas, seguramente ninguno de nosotros querría aguantar semejante carga. Pero ya que la naturaleza ha dispuesto de tal suerte las cosas, que no se pueda vivir bien con una mujer, ni vivir sin mujer, nos conviene —por lo menos— asegurar la perpetuidad de nuestra nación, antes que la prosperidad de nuestra propia vida.
El ciudadano subordinábase a los preceptos religiosos por excelencia del estado teocrático: Y éste, asegurando los intereses de la comunidad, velaba por los del ciudadano, pues en este tiempo regía todavía el mote cristiano que rezaba así:
«Cuento un solo hombre por un Pueblo!
Y, a todo un pueblo por un solo hombre!»
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