sábado, 21 de junio de 2008

Mentalidad helénica


Son inmortales los antiguos de Grecia porque jamás murieron: ellos, en vez de morir, nacieron dos veces: una vez para la vida, y por otra vez para la eternidad.

Algunos entre ellos opinaban, que el hombre muere cuando nace, y renace realmente, cuando muere. Quizás por esta razón anunciaron los antiguos habitantes de algunos pueblos con lágrimas y llanto el comienzo de una vida, mientras con alegría júbilo y banquetes festejaron la muerte de sus más queridos.

Thales, el filósofo quizás opinaba lo mismo, porque según él no había diferencia alguna entre la muerte y vida; y cuando le preguntaron con cierta ironía: «Por qué no mueres tú entonces?» «Porque no hay diferencia!», contestó el sabio despectivamente.

El hombre, que a veces nace sin querer de un querer, aprendió muy temprano que vivir mejor es saber morir mejor, pues nacimos solamente para morir, y esperamos que nuestra muerte será el eterno vivir.

En Atica abundaban los sabios que ofrecían a sus conciudadanos enseñarles a guiarse mejor en el enmarañado laberinto, que se llama la vida. Aristipo reprendía severamente a quienes examinan diariamente sus cuentas, pero nunca sus propias vidas; a otro recomendaba Thales que si quería vivir mejor, no debería hacer lo que reprende en otros.

Eran los griegos amigos de la sapiencia. Consideraban preferible ser pobre antes que ignorante, pues a un mendigo le faltará solamente el dinero, pero un ignorante, aunque fuese rico, anda errando por el mundo, como si fuera ciego.

Sabían ellos que las raíces de las ciencias son amargas, pero sabían también que sus frutos son dulces.

El saber en la prosperidad sirve de adorno, pero en la adversidad nos brinda un refugio seguro. El prudente precave la adversidad, y sólo el sabio es el fuerte, que sabe tolerarla, cuando ya ha venido.

Para el griego de Hélade, el gobierno ideal era aquel en el cual todo el pueblo vota, pocos deliberan, y una sola persona manda, pues, según ellos no puede ser bien gobernada una república, cuando son muchos los que mandan.

El senado griego, la Gerusia y Boulé, era la reunión de los ancianos más sabios y honestos. En Esparta ocurrió una vez que un corrupto hizo un proyecto muy provechoso para el pueblo. El senado deliberó y después resolvió que si bien el proyecto era útil, sin embargo, su autor era indigno de proponerlo ante tan honorable Consejo. Decidieron entonces, que el plan, que en sí era bueno, fuese leído en voz alta por un viejo muy respetado, que por su vida honesta era digno de proponer el proyecto de otro.

En Grecia había mucha corrupción. Isócrates aconsejaba a un gobernador: «Sal de los cargos públicos más honrado que rico: porque preferible es una pobreza en la salida, que una riqueza inicuamente adquirida. Mejor es que Aristipo pierda su dinero, a que el dinero haga perder a Aristipo.

Para el gobierno deseaban funcionarios, magistrados honestos y preparados. Antístenes aconsejaba a los atenienses, que hicieran un decreto por el cual los burros en adelante sean considerados como caballos. Cuando estos indignados lo rechazaron como cosa imposible, Antístenes les contestó con ironía: «No lo creo pues entre vosotros también nombran funcionarios con cabeza vacía, y lo único que tienen es el nombramiento».

Tenían los griegos pocas leyes, ya que como Carilao dijo «Los que gastan pocas palabras, no necesitarán muchas leyes». Condenaban no sólo a los que delinquieron, sino también a los que estaban por delinquir. Con ejemplar rigor dieron a los calumniadores el mismo castigo, que hubieran dado al calumniado si hubiera delinquido.

En Grecia el destierro era peor que la muerte, y creemos que en cierta manera honraron a Sócrates, cuando lo condenaron a tomar la cicuta. No me atrevería a decir que los jueces condenaron injustamente, pues, me pudiera contestar el inmortal sabio quizás de la misma manera, como le respondió a su mujer Xantipa cuando ésta lloriqueaba diciendo: «Sócrates! Sócrates! Te condenaron injusta- mente!» A lo que Sócrates contestó diciendo: «Pero oye Xantipa! ¿Quisieras acaso que mi muerte fuese justa?» A propósito de Xantipa! El antiguo griego prefería quedar célibe, si recordaba los argumentos de Bías que decían: «Si la mujer con quien te casas es hermosa, prepárate a compartirla con otro y, si es fea, ten la seguridad que te casarás con una furia.»

Sócrates optó por esto último y se casó con Xantipa que tenía un carácter efectivamente muy quisquilloso. Día y noche mortificaba a su marido.

Indignado Alcibiades por estas violencias de la mujer de su amigo, preguntó a Sócrates por qué razón no expulsa de su casa a esta mujer de tan pésimo carácter? Sócrates respondió: «Mira Alcibiades! Soportando estos arrebatos en mi hogar me acostumbro a sobrellevar también la deslealtad de mis amigos fuera de mi casa».

Sin embargo, para ser justo con la antigua mujer, es necesario observar, que en Grecia no todas eran Elenas y Xantipas, sino que había Iphigenias también, que preferían un hombre sin dinero, que dinero sin hombría.

Roma tenía su Foro, Atenas su Ágora. Lugar sagrado, que lamentablemente fue destinado para engaños mutuos y fraudes. Los abogados del Ágora, peroraban por lo justo, pero no siempre, pues según un gran observador de la época «...como las enfermedades hinchan la bolsa de los médicos, así la peste de los litigios enriqueció —también en Grecia— a los abogados».

En este ambiente viciado ni los jueces podían sentirse cómodos. Por ello —quizás— decía un Juez del gran Pritaneo: «Más quiero ser juez entre dos enemigos míos, que entre dos amigos míos! Pues, siendo juez entre mis enemigos, uno será mi amigo! Pero, si juzgo entre mis amigos, uno con seguridad será mi enemigo!

El antiguo griego, si bien es cierto que tenía siempre muy poco dinero, era sin embargo rico, porque tenía el suelo consagrado por las cenizas de sus padres, por eso se llamaba Patria.

Su alma que a veces era casta como el sol, cuyos rayos penetran en la oscuridad, entre cosas inmundas, sin embargo no se manchan.

Tenía el griego el dulce sueño del hombre despierto, la Esperanza, también la Fe en una multitud de dioses alexicacos, los cuales —según lo afirmado por el gran cartaginés— desde luego no eran mejores que sus pontífices.

Eran los griegos creyentes utilitarios, y no abundaban entre ellos los teólogos. La mayoría de ellos vivía sólo para el presente, y pensaba lo mismo que Simonides.

Dícese, que en Magna Grecia, cuando el tirano Hieron preguntó a este filósofo, qué cosa será Dios, Zeus, Júpiter, éste le pidió un día para deliberar.

Hieron preguntó lo mismo al día siguiente, pero Simonides esta vez pidió dos días para meditar; y, como siempre duplicaba el número de días para contestar, Hieron, perdiendo la paciencia, preguntó la causa de su rara conducta. Simonides sólo se limitó a decir: «Señor. Cuánto más lo considero, tanto más oscuro me parece!»

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