Al menos escribe lo que tus antepasados
acostumbraban a poner a la cabeza de sus cartas:
Espero que te encuentres bien...»
C. C. Plinius. Epist. I. 11.
...los ladrones, que los egipcios llaman philétas, nos
abrazan, pero para ahogarnos...
L. A. Séneca. epist. 51.
Los que no respetan a los hombres engañan a los dioses...
Curtius: Vit. Alex.
Lectoribus salutem!
Hasta seis siglos antes del nacimiento de Cristo, cuando dos amigos se encontraban en la calle, en Roma cambiaban entre sí un breve AVE y en Grecia decían «Khaire!», lo que significa un simple «Adiós».
La palabra «Salud» como saludo nació en la ciudad ítalo—griega de Crotona donde floreció la escuela del inmortal maestro, Pythagoras.
Él recomendaba a sus discípulos que al encontrarse en cada oportunidad, en vez de cambiarse un Ave o Khaire, debían pronunciar la palabra «Hygieia», es decir Salud!, porque es el máximo bien que un hombre puede desear a su semejante.
De esa manera nació la palabra saludo, cuyo símbolo entre los pitagóricos era el triple triángulo enlazado, es decir la estrella de cinco puntas, figura que llamaban también «Ochavos morunos». Era esta figura la imagen de la salud, que al par servía también como saludo, a la cabeza de las cartas que escribían a sus correligionarios.
El saludo pitagórico se propagó por toda Italia —pues como Cicerón sostiene— nadie podía cerrar sus oídos a la sabia enseñanza de Pythagoras. Desde este tiempo los romanos comenzaron a acostumbrarse a emplear —a la tarde— la palabra «Salve» y en la noche decían «Vale», ambos imperativos, que deseaban al prójimo precisamente la buena salud. Saludo, que deseaba salud.
Poco valor tiene la palabra, si el corazón no la siente; por ello el hombre antiguo al saludar quería también demostrar su buena voluntad y el sincero respeto que sentía para con el prójimo. Para cumplir con este fin, completaba su saludo con gestos simbólicos, entre los cuales estaba muy en boga, estrecharse las manos.
No sólo el ardiente sol itálico obligaba al hombre antiguo a cubrirse con el pilleus, sino también la ceremoniosa religión romana, que a la manera pitagórica le recomendaba cubrirse con el «cucullus», con la capucha, para olvidar durante los sacrificios solemnes el mundo externo, y ocuparse solamente de los dioses y de su propia alma.
El romano se presentaba con la cabeza descubierta ante el altar del Honor y de Saturno, porque ante el Dios del Honor, de la Verdad y del Tiempo, nada ni nadie podía quedar oculto y cubierto; por ello, en Roma al saludar al prójimo, además de estrecharse las manos, descubríanse también la cabeza, quitándose el pilleus, o sombrero, o cuculla, como demostración del respeto que sentían por el honor del otro.
*
El saludo en la antigua Roma no era siempre mutuo y menos simultáneo. El patrono a la mañana recibía los saludos de sus clientes, que más parecía reconocimiento cotidiano de la sumisión, que un saludo cordial entre hombres iguales; y esta costumbre, como todos los vicios, sobrevivió las injurias de los siglos, porque en el orden de los saludos todavía existe el falso concepto de que el que saluda primero reconoce la superioridad de la persona saludada, olvidando la sentencia de Apiarius, según la cual sólo el trigo inmaduro tiene la cabeza erguida y el que verdaderamente se siente inferior espera con el prepotente ademán del patrono romano, el saludo del otro.
*
Los griegos al saludarse, tenían la rara costumbre de tocar suavemente la barbilla del otro quizás para comprobar si el saludo venía de un corazón sincero, o nacía sólo de los labios, y por ello era falso. Sólo los dioses saben, y ellos lo saben con seguridad, quiénes saludan de corazón, y quiénes solamente con la boca, murmurando algo muy de mala gana entre los labios.
***
Bibliografía: Luciano; opera.
C. C. Plinius; epist.
M. T. Cícero; Cuest. tusc.
Z. M.; Pythagoras.
Plutarchos; Moralia.
sábado, 21 de junio de 2008
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