Oratio in pectori nasci debet,
non in ore!
Lo que dices debe nacer en tu pecho
y no en la boca.
Gellius. Noct. Att. I.15.1.
Una mujer parecería charlatana si no mostrara
otra reserva que la que muestra el hombre que
sabe conducirse como es debido.
Aristóteles. Política. III.2.
Canta el inmortal poeta Homero que las palabras son como las aves, una vez que vuelan no las tenemos más. Por ello —dice Plutarco— la naturaleza nos dio con los dientes una barrera poderosa para frenar la impetuosidad de la lengua y si de allí quisiera escapar una palabra imprudente , advierte Eurípides que tenemos todavía labios para cerrarlos, y evitar de esa manera la calamidad.
El mismo Homero consideraba que las palabras a unos les brotan del pecho y a otros solamente de la boca. A estos últimos antiguos los llamaron kataglossoi, es decir, ‘locuaces’, gente sin oídos para escuchar a otros, tenían solamente boca, que no podían frenar. Entre éstos había algunos que hablaban con sorprendente elocuencia; lo lamentable era —sostiene Eupolides— que su charla no tenía ni la instrucción salustiana ni tampoco sustancia. Cicerón los detestaba, pues para él era preferible el saber sin elocuencia, que la facundia unida a la ignorancia.
Peores eran los locuaces de Epicarmio, porque no podían hablar, y al mismo tiempo eran incapaces de callar. Nos exhorta Favorino que una boca sin freno siempre cosecha criticas y termina en un fin desgraciado.
Referente a las criticas, cabe recordar aquí que entre los filósofos antiguos había mas kataglossoi que sophos. Sidonio el sofista, fanfarroneando acerca de sus conocimientos, pronunció un discurso que comenzaba así:
«¡Si Aristóteles me cita al Liceo, iré!
Si Platón me invita a la Academia, acudiré, y
si el Maestro del Silencio Pitágoras me llama, callaré!».
«Oye Sidonio!» —le gritó uno de los oyentes— «¡Pitágoras te llama!».
Blanco preferido de las criticas fueron especialmente aquellos que al trabajar, si bien tenían las manos ocupadas, les quedaba todavía una boca libre para hablar y además un cliente dócil, que al ser afeitado forzosamente tenía que callar.
Refiere Plutarco, que el rey Archelao, al ser preguntado por su barbero: «Dime Oh Rey, ¿cómo quieres que te afeite?», le contestó secamente «¡Callándote!»
Ya hemos mencionado que en la Antigüedad el locuaz no sólo era objeto de críticas, sino que terminaba casi siempre en la desgracia, y esta tesis de Favorino la confirma Plutarco en sus Moralias. Cuenta que en una peluquería de Siracusa dos clientes del barbero Telemachos estaban conversando sobre Dionisio y discutían especialmente la imposibilidad de acercarse a este tirano.
—¡Estáis en un error, amigos! —les censuró el barbero—, pues yo día por medio suelo ir al palacio, y llego con mi navaja hasta su cuello.
Sabemos que uno y uno no son dos, sino once y por ello no nos sorprende que la noticia llegó en el mismo día a los oídos del tirano, y el barbero al día siguiente no podía atender a sus clientes, porque estaba tendido sobre una cruz en un cerro vecino.
Cuenta Plutarchos que Solón tenía la costumbre de dormir siempre con una mano puesta sobre la boca, enseñando de esta manera a su pueblo, hasta por medio del sueño, que la lengua es amiga mientras está refrenada, pero que se vuelve contra nosotros cada vez que permitimos que corra más de prisa que nuestra mente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario