Las antiguas leyes de Gabinia y Cassia establecían que en las elecciones y en los juicios la votación debía ser secreta y que el votante expresara su parecer por medio de tablillas, que indicaban letras.
En los comicios donde el Pueblo decidía acerca de las leyes, el que votaba introducía en la urna su tablilla con una o dos letras. De esta forma AP (antiqua probo) significaba el voto negativo y UR (uti rogas) quería decir, ‘que sea como pides’.
El que no podía o no deseaba decidirse tenía derecho a votar con las letras NL, que significa «non liquet», ‘no entiendo’.
En los juicios capitales, los jueces y los jurados empleaban otras dos letras, pues los que consideraban que el reo era inocente, votaron entonces con la tablilla que tenía grabada la letra «A», ya que con esa letra comienza la palabra absolvo, en castellano absuelvo; por su parte, los que opinaban que el reo es culpable, introducían en la cysta (urna) la tablilla con la letra «C», protogramma de la palabra condemno.
De la condena, a su vez, podían nacer otras dos letras: la «TH» griega, letra inicial de la palabra ¨Thanatos¨, que significaba la pena de muerte. La otra letra no era tan funesta, pero sí, era pena complementaria, pues, en la antigua Roma al calumniador le daban casi siempre dos castigos.
Uno, según los principios isocráticos era la misma pena que le hubieran dado al calumniado, si hubiere delinquido. El segundo castigo era la propia letra ¨k¨, que según las referencias de M.T. Cicero y C. C. Plinio, llevaba consigo el condenado en adelante, como recuerdo imborrable, que amonestaba continuamente tanto a su portador, como al espectador, que nadie puede impunemente calumniar al prójimo. Era la letra, imborrable, porque se la marcaba en la frente, con hierro candente.
La pena horaciana, que acompaña a la culpa pisándole los talones, seguía también al culpable, en cuanto marca la difamante letra su faz y frente. Durante muchos siglos castigaban así a la gente que, con gusto se ensañaba con el prójimo, denunciándolo injustamente a cada momento.
Fue el emperador Constantino, quien transformó esa costumbre inhumana, estableciendo que en adelante el condenado sería marcado solamente en una de sus manos o en la pantorrilla, pues, de ninguna manera podía ser manchada la faz, que está formada a semejanza de la «Belleza Celestial y Divina».
Para que la letra difamante «K» nunca marque nuestra frente, es suficiente —decían los romanos— grabar en nuestras almas la «Regula Modestiana», la que nos advierte que «por la opinión, mientras no esté formada en palabras, jamás nos pueden perjudicar».
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