Hija soy de la Experiencia y de la Memoria,
Los griegos me llamaban Sophia.
Vosotros me llamáis Sapiencia.
Afranius, Sellae.
¡El no saber olvidar es el peor castigo!
Luciano, El tirano. 15
La religión de los antiguos egipcios enseñaba la inseparabilidad del alma y el cuerpo, y al momificar este último creían que el cuerpo se hacía inmortal con el alma encerrada.
Los etruscos a su vez estaban convencidos de que el alma tiene su sede solamente en la cabeza, dejando la más preciosa de sus virtudes, la memoria, la Madre de la Sabiduría, colgada del lóbulo de la oreja izquierda.
Ésta es la causa por la que los antiguos, y también a veces los maestros contemporáneos de las escuelas primarias, al no recibir la respuesta adecuada, solían sacudir el lóbulo de la oreja del niño, para estimular de esa manera la memoria del perezoso alumno, que desde luego difícilmente podía recordar siquiera lo que había aprendido.
En la época más antigua cuando el cultivo de las letras no estaba todavía muy en boga, la única manera de retención a la manera lacedemónica era la memoria. Don divino que tenía que ser conservado ejercitándolo a cada rato por medios útiles y a veces raros. Xeóphilo, para refrescar la memoria, recomendaba el consumo de habas, práctica que Pithagoras negaba rotundamente y hasta prohibía tocarlas. En lugar de esto enseñaba a sus «oyentes» el método de escuchar y el arte de recordar. Su sistema consistía en el ejercicio constante del alumno, que al acostarse tenía que recordar punto por punto todo cuanto durante el día había oído.
Ammiano Marcelino sostiene que el rey de los persas, Ciro, el celebre sofista Hyppias Eleno y Simonides, por medio de bebidas especiales adquirieron la memoria de los dioses.
Y si es cierto que tenerlo todo en la cabeza y no errar nunca es más bien cosa divina que virtud humana, sin embargo el hombre no puede pretender tanto, porque la posesión de memoria a la manera de Hyppias, significaría también el constante recuerdo de las desgracias pasadas.
Notable es el diálogo que mantuvieron los jueces sobre el alma del tirano que después que fue asesinado llegó directamente al tribunal del temido Radamanto. La acusación era grave: violó doncellas, corrompió muchachos, ¿qué pena se merece ese malvado? Cinisco entonces intervino y recomendó a Radamanto un suplicio nuevo. Le aconsejó no permitir que el tirano bebiera el agua del Lete, para que sea privado del olvido, y que acordándose eternamente de su poder en el mundo, y de los placeres perdidos, sufriese las penas más terribles del hombre.
Quizás por esta razón cuando Simonides quiso enseñarle a Temístocles el arte de la memoria, éste declinó la generosa oferta diciendo: «¡Más quisiera saber el arte de olvidar, porque me acuerdo muy bien de lo que no quiero, y no puedo olvidar lo que jamás quisiera recordar!»
sábado, 21 de junio de 2008
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1 comentario:
sr Maverick muy bueno este blog, realmente lo estoy disfrutando
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