» ... si eres el primero, no eres el único y
si eres el único, desde luego no puedes
ser el primero!».
Demonax.
Demonax, por su nacimiento en Chipre, abogado de profesión –según Luciano– con corazón ateniense, parecía estar inspirado por Venus y las Gracias, porque como Eupolis sostiene, la persuasión residía sobre sus labios.
De alma detestaba a los filósofos, porque él mismo era uno de ellos. Pensaba igual que la Luna, la que por medio de Ícaro Menipo, le recomendaba a Júpiter: «Triturar a los físicos, tapar la boca de los dialécticos, derribar el Pórtico con los estoicos y poner fin a la discusión de los peripatéticos.»
Se reía de ellos y cuando el renombrado sofista Favorino le preguntó: «¿Quien eres tú, que te atreves a burlarte de los filósofos?», le dijo:
—¡Soy Demonax, cuyos oídos no se dejan engañar!
Al peripatético Agatocles, que se jactaba públicamente de ser el único y el primero de los dialécticos, le dijo ante su público: «¡Pero Agatocles, no seas tan estúpido! Porque si eres el primero, no eres el unico y si eres el unico, desde luego no puedes ser el primero!»
Al ver a un adivino que profetizaba por honorarios, lo amonestó diciendo: «No comprendo por qué razón cobras a tus clientes, porque si puedes cambiar en algo los designios del Destino, pides excesivamente poco, y si todo debe ser como está escrito por la muerte, ¿para qué sirve entonces tu presagio?»
Demonax gozaba de mucha fama; su sapiencia era conocida por el mundo antiguo; de todas las regiones llegaron para consultarle, reyes, jurisconsultos, y cónsules.
Cuando Herodes se encerró en un cuarto oscuro, llorando desesperadamente la muerte de su hijo, Demonax, acercóse al rey y presentándose como mago le ofreció evocar la sombra de su hijo, siempre que el rey pudiera nombrar tres personas que jamás hubieran llorado a nadie. Quedó entonces Herodes sin argumento, porque no podía hallar ni una sola, que nunca hubiera vertido —durante su vida— lágrimas.
—¡Señor! —dijo entonces Demonax—. ¿Cómo puedes creer que eres el único que sufre, cuando ahora ves que nadie esta exento del llanto y dolor?
Advirtió a un jurisconsulto que las leyes son prácticamente inútiles, porque los buenos no las necesitan y los malos nunca las respetan.
Al Procónsul le recomendaba escuchar mucho, hablar poco, y ser justo sin enojarse jamás.
Para las preguntas capciosas tenía siempre la misma contestación aguda y a uno que le interrogó:
—Si quemo mi casa, ¿qué parte se convertirá en humo?
—Todo — le contestó Demonax — menos las cenizas, Amigo!
En una ocasión estaba por embarcarse con bastante mal tiempo.
—No temes naufragar y ser comido por los peces? —quería saber uno de los amigos.
—Sería ingrato si temiese que me comieran los peces, después de haber comido yo a tantos — replico con ironía el sorprendido filósofo.
Demonax era creyente, pero el amigo que le invitaba al templo de Aesculapio a fin de rogar por la salud de su hijo, le dijo:
—Tú crees seriamente que el Dios es sordo? ¡Ten la seguridad de que desde aquí nos oyó todo!
A otro que le preguntaba: «¡Demonax! ¿Como será el infierno?
—¡Espérate! —le dijo— sin falta te contaré todo, siempre que yo llegare allí!
Perseguía el pecado, mas perdonaba al pecador y recomendaba seguir el ejemplo de los médicos, que curan las enfermedades sin irritarse contra los enfermos, aunque no les paguen los cuantiosos honorarios.1
Demonax nos enseñaba que errar es humano, saber perdonar es nobleza y corregir es sólo oficio de los dioses, representados en la tierra por los sacerdotes de la Piedad y Justicia, llamados Padres, Maestros y Magistrados.
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