El Dios Va-ticano presencia el parto,
¡Va-Va! ¡Llega con el grito del recién
nacido, y el Dios Va-ticano desde su
altar vati-cina su futuro cierto!
Apiarius. Sent.
Dos Dioses locuentes tenían los antiguos romanos. Uno en casos excepcionales los amonestaba, el otro, aunque él mismo no hablaba, pero sí ayudaba a los recién nacidos a emitir la primera voz humana.
El dios que hablaba era el Aio Loquente. Su historia nos la refiere Livio, diciendo que poco antes de la invasión de los Galos, un plebeyo, M. Cedicio declaró ante los tribunos que en la Vía Nueva en el pleno silencio de la noche, había oído una voz más poderosa que la humana, que le mandaba anunciar a los Magistrados la aproximación de los Galos. Sin embargo —como ya es costumbre— la humilde condición del plebeyo no logró convencer a los magistrados patricios; su anuncio lo rechazaron con desprecio e incredulidad. Los escépticos romanos, muy pronto y por medio de funestas experiencias tuvieron que convencerse acerca de la verdad, anunciada por la Voz Divina.
Después de que Roma se repuso de la invasión gala, el dictador Furio Camilo dispuso una expiación en memoria de aquella Voz, y ordenó también para su culto y memoria la construcción de un templo, consagrado en honor de la Voz divina, o como ellos decían, para el Dios Aio Loquente.
La otra Divinidad era el Dios Vaticano. M. Terencio Varrón nos dice que este dios presidía los nacimientos y auxiliaba a los recién nacidos a emitir los primeros vagidos, los cuales por medio de estas sílabas va-va parecía que querían saludar al Dios Va-ticano allí presente.
Este Dios tenía su altar en su propio campo, llamado todavía Vaticano, y desde allí daba va-ticinios al Pontífice Máximo, y el Flamen Júpiter, al Supremo Sacerdote de los romanos, que con ínfula blanca, su cíngulo sin nudo y teniendo en sus manos consagradas un anillo hueco y abierto, se dirigía a este dios para conocer el siempre incierto futuro.
Sobre el antiguo y sencillo altar del dios Vaticano hoy se encuentra la gran Catedral del Mundo Cristiano, llamada Vaticano, sede del Pontífice Máximo y Flamen Cristiano, donde Dios nos acompaña desde el primer va-gido hasta la última sílaba del postrer a-Dios.
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