sábado, 21 de junio de 2008

FILOTIMIA ROMANA


Xenophonte dijo que la alabanza resuena siempre
bien en el oído, especialmente cuando no nos
creemos dignos de ella...
C. C. Plinius. Epist. VII. 32.
¡Es más vergonzoso perder la fama adquirida que
no adquirirla!
C. C. Plinius. Epist. VIII. 24.

Según Cicerón, en el corazón de cada romano existe un noble sentimiento, que día y noche lo estimula a la gloria, que nos advierte no dejar perecer con nosotros el recuerdo de nuestro nombre sino por el contrario, procurar que llegue hasta la más lejana posteridad .

Nuestros antepasados —dice Salustio — dejaron todo cuanto pudieron. Riquezas y estatuas, pero la Madre de la buena fama, la virtud, no la dejaron, ni la podían dejar, pues ella no se regala, ni se hereda, sino que se adquiere, y conviene adquirir, ya que la fama que producen las riquezas y el honor heredado es frágil, pero los adquiridos por medio de actos honestos, son ilustres y duraderos .

En Roma la fama y la popularidad se adquieren en un orden lógico y a veces inverso, pues San Agustín censura severamente a los romanos, que no amaban la fama y la gloria por la justicia, sino que más bien, veneraron la justicia solamente por la gloria . Hubo allí muchos medios para adquirir la reputación, pero pocos eran los necios que hubieran querido obtenerla por la tristeza, y buscar la aprobación por las lágrimas .

Sólo se obtiene, pero nunca se impone la popularidad entre los pueblos antiguos. Nos refiere Plutarco, que los atenienses llamaban al mecedonio Demetrio, «Salvador». Erigieron en su culto un altar, que denominaron Demetrio Katebata, Demetrio, Hijo de Dios, que se dignó venir a la tierra. Al mes «Muniquión» (abril) lo designaron Demetrión... Pueblos, ciudades, fiestas religiosas los bautizaron con su nombre. Hélade se llenó con el nombre de Demetrio por doquier.

Sin embargo, el elogiado muy pronto vio frustrada la esperanza, que sobre la lealtad de los atenienses había fundado. Olvidó advertir a tiempo que los pueblos,muchas veces, cuantos más honores decretan, tanto más aborrecen a los que los reciben sin medida .

.La fama entre los antiguos era cosa muy fluctuante. Perseo edificó un Pórtico, pero Paulo, el general romano, colocó allí su propia imagen .

Cuando interrogaron a Catón sobre por qué no se encontraba su estatua entre las de tantos varones ilustres, respondió: «Prefiero que pregunten “por qué no está” a que pregunten por qué está» .

«¡Yo no tengo en mi casa estatua —dice Sallustio— porque mi nobleza es de ayer! Además mejor es adquirir la fama y la estatua por sí mismo, que haber corrompido el blasón que se heredó».

Iphicrates, cuando el aristócrata Harmodio le ironizaba que no tenía antecedentes, le contestó: «¡Mi nobleza comienza conmigo, pero la tuya deja de existir contigo!» .

En Roma, las estatuas las aprecian según el tamaño. Lo mismo que hacemos nosotros: cuanto mayor es la fama, tanto más grande es la estatua. No obstante eso —dice Plinio— habían siempre unos que tenían gran fama, y otros, a los que les faltaba, pero tenían mayor grandeza .

Marco Aurelio nos aconseja que no hay que preocuparse mucho por las alabanzas del pueblo, que no son más que un estrépito y sonido falso de la lengua . Por ello, no conviene perseguir la fama por medio del poder, porque los que hoy suben, mañana con seguridad serán derribados. Más vale adquirir la celebridad por medio de la labor continua, actos honestos, y esperar en silencio, porque la posteridad, como dice Tácito, le restituirá a cada uno el honor y el recuerdo que le son debidos.

La fama y la popularidad entre los antiguos grecorromanos eran considerados como derecho.

Había una ley en Roma, y también en Grecia, que prohibía popularizar a los que sufrían un juicio público, como tampoco consideraron digno de hablar en público y ser aplaudido al que con anterioridad fuera juzgado por cohecho o malversación de caudales públicos.

El insaciable deseo de fama y popularidad es una enfermedad contagiosa, que no envejece dice Sallustio. Los enfermos de este mal se curan solamente con el sonido a la manera de Themístocles. Cuando le preguntaron a éste, qué canto o qué voz le gustaba más oír, él respondió que para él, la música y canto más lindo es escuchar su propio elogio.

El hombre antiguo necesitaba de la fama, pues confesaba como Píndaros, que «en nuestra última hora soportaremos mejor la sombría muerte, si podemos legar a nuestros hijos el más hermoso de todos los bienes, la buena fama. Dice Horacio que nuestro cuerpo y alma volverán allí, de donde vinieron. El cuerpo, a la tierra: y nuestra alma, en las alas de un brillante renombre, volará hasta Proserpina en la Luna, pero nosotros seguiremos viviendo en la tierra, mientras hubiese alguien que nos recuerde por nuestra buena fama.

El hombre antiguo, por esto, no tenía mayor anhelo que adquirir una fama extensa haciendo su memoria perenne .

Por la fama era virtuoso, patriota, héroe; a veces ostentaba la ajena, corrompía la heredada, y adquiría la pésima.

Esa permanente aspiración de honores y popularidad, era la causa eficiente y más remota, por la cual en Roma tantos llegaron a la inmortalidad.

Esos muertos inmortales fueron los anónimos héroes, que por medio de su inmenso deseo de fama y gloria , se hicieron autores de extraordinarias hazañas, las cuales sirvieron para extender las estrechas fronteras del pequeño Lacio hasta la mitad del Mundo Antiguo.

Contaminados por las ansias locas de gloria, dieron al mundo entero la Cultura Clásica, sinónimo de Civilización, y fueron también los arquitectos del Templo de la Justicia, de Justiniano, que hoy conocemos con el sencillo nombre de Derecho Romano. Toda esta inmensa herencia espiritual, nacida de las ansias de fama, hoy se expresa con una sola y breve palabra: Filotimia.

1 comentario:

vero dijo...

todo muy lindo, nada para agregar...!!!!!