sábado, 21 de junio de 2008

EL TERCER NOMBRE


Tres nombres tenían los romanos: «Praenomen», «Nomen» (apellido) y «Cognomen».

El praenomen correspondía a los que hoy se dan en el bautismo. No había muchos; dieciocho en total y entre ellos tres, hasta ahora muy en boga: Lucio, Tito, Cayo.

El segundo, era el nomen, el apellido, nombre de las pocas gentes, repartidas en treinticinco tribus itálicas: era menos que mucho.

Así, para una mejor diferenciación e individualización surgió la necesidad de emplear un tercer nombre, que se imponía espontáneamente a la persona que llamaba la atención de sus conciudadanos por sus defectos naturales, o destacábase precisamente por virtudes excepcionales. Este tercer nombre era el cognomen, apodo que en cantidades ilimitadas, con una sola palabra logró individualizar, y caracterizar entre sí la gente con idénticos o semejantes apellidos.

A quien tenía por ejemplo, piernas torcidas hacia afuera, lo llamaban «valgus». «Scauro» si tenía los tobillos deformados. «Agripa» al que nació con los pies hacia delante. «Póstumos», al que nacía después de la muerte de su padre. Al gordo en forma irónica lo llamaban con una antífrasis, «Delgado», en latín «Obesus», palabra que con el curso del tiempo cambió su significado por el contrario, y hoy, efectivamente quiere decir lo mismo que pícnico.

Al jurisconsulto Sexto Aelio lo apodaron «Paeto», porque era muy estrábico y a Cayo Plado, por ser muy iracundo y de conversación cáustica lo citaban con el nombre de Cayo Ácido.

Refiere Quintiliano, que al afamado malversador de caudales públicos, Tulio Sempronio, le dijeron, en lugar de Tulio, muy acertadamente «Tollio» Sempronio, en castellano, Sempronio el ladrón.

El apodo lo otorgaban —como siempre— los más agudos críticos: los prójimos; y el bautizado tenía que soportarlo o dar a su ridículo cognomen por medio de una conducta ejemplar, el brillo necesario, pues el apodo ennoblecido —como un bien familiar— pasaba a los herederos y desplazábanlo poco a poco los otros nombres, sólo designaba a las grandes familias y personas. A Marco Tulio, brillante filósofo y orador por una verruga que su abuelo tenía sobre la nariz, lo llamaron brevemente Cicerón . Al afamado comediógrafo Tito Maccio lo conocemos mas bien por el apodo, que recibió por sus orejas colgantes, del latín «Plauto»; al rubio de ojos azules y lengua mordaz y muy, pero muy precavido Marco Porcio, precisamente por ello le llamaron Cautón, o Catón.

Dice Plutarco, que «al tercer nombre que usó Cayo Marcio, ... se añadía por una acción, Coriolano... al modo en que los griegos por una hazaña imponían los sobrenombres Sotero y Calínico; por la figura, Fuscón y Gripo; por la virtud, Evergetes y Filadelfo, y por la dicha, Eudemon.

En algunos de los reyes los motes mismos pasaron a ser nombres, por los que fueron conocidos, como el de Antígono el de Doson, y en Tolomeo el de Lamuro. Todavía fue más común a los romanos usar el género de sobrenombre, llamando «Diademado» a uno de los Metelos, porque habiendo tenido por largo tiempo una llaga, salía por la calle con una venda en la frente. Llaman aún hoy Próculo al que nace estando su padre ausente, y el que habiendo nacido mellizo se le muere el hermano, tiene el nombre de Vopisco. Por los motes y apodos no sólo dan los sobrenombres de Silas y Nigros, Rufos, sino también los de «Caecos» y «Claudios», acostumbrados muy juiciosamente a no considerar como tacha o afrenta la ceguera o alguna otra desgracia o falta corporal, sino a ponerlas por nombre propio del que las sufre», obligando al hombre a llevar el nombre de su pena con dignidad y honor.

Papirio complementaba su nombre con el apodo, «Pretextado», y la historia de ese mote nos la comenta Marco Catón.

Dice que siendo todavía niño Papirio, con su toga pretexta había acompañado al padre al Senado prometiéndole a éste no hablar con nadie sobre lo escuchado. A su regreso la madre le interrogó acerca de las deliberaciones, pero Papirio, para guardar fielmente su secreto, y también para librarse de la curiosidad de su madre, inventó una graciosa mentira, diciendo: ¡Madre! Los Senadores habían discutido acerca de la cuestión de la poligamia, dialogando que será mejor para la República, si dar dos mujeres a un marido, o dos maridos a una mujer».

Aterrada quedó la madre de Papirio con la noticia, y salió temblorosa enseguida de sus casa, narrando a sus amigas lo que había oído.

Uno y no sólo son dos, sino también once, y cuenta Gellio, que a la mañana siguiente, acudió a las puertas del Senado un grupo numeroso de desesperadas mujeres, que llorando y con lágrimas pidieron al Senado que se dieran dos maridos a cada mujer antes que dos esposas a cada marido.

Enterado el Senado de la causa del tumulto y la ejemplar conducta del joven Papirio, como un honor especial, teniendo en consideración que todavía llevaba la toga pretexta, prenda de los muchachos, resolvieron otorgarle el apodo: «Pretextado», y desde entonces, la mentira de noble motivo, se llama pretexto .

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