sábado, 21 de junio de 2008

LA TUMBA DE ARQUÍMEDES


Nolite turbare circulos meos.
Arquímedes

En el año 212, antes del nacimiento de Cristo, Siracusa, floreciente ciudad griega de Sicilia, perdió en un mismo día sus dos joyas más preciosas, que jamás pudo recuperar: su libertad y el genio físico Arquímedes.

Refiere Livio que después de tres años de sitio, la constancia del ejército romano, secundada por la traición del español Merico y otros, venció la resistencia de la ciudad, y las puertas se abrieron para el general romano Claudio Marcelo.

La ciudad fue entregada al saqueo, menos las casas de los traidores, cuya integridad la aseguraban los centinelas romanos, puestos allí por orden del general.

Algunos autores antiguos sostienen que Marcelo tenía sumo interés en encontrar vivo al ilustre septuagenario, y por esta razón encargó a unos legionarios que averiguaran su paradero y se lo trajeran a él. Sin embargo, en medio del tumulto y saqueo estrepitoso y cruento, dícese que fue sorprendido por un soldado mientras estaba trazando algunos círculos en la arena, que le servía como mesa de trabajo para sus ingeniosos cálculos.

Arquímedes al ver que el legionario al entrar a la sala pisoteaba sus figuras, le reconvino suavemente diciendo:

—¡Pero, mi hijo! No arruines mis círculos.

El soldado, ofuscado y ofendido por el reproche, olvidando su misión y sin averiguar siquiera su nombre, con un solo golpe le quitó la vida al genio de su siglo.

Ciento treinta y siete años después, Marco Tulio Cicerón, cuando fue cuestor de Lilibea, en Sicilia, visitó la tumba de Arquímedes. En las Cuestiones Tusculanas sostiene que descubrió la tumba olvidada por los siracusanos, perdida entre las zarzas y marañas. Cicerón tenía la copia de ciertos versos senarios, que indicaban que sobre la tumba de Arquímedes había una esfera con un cilindro. Después de haber recorrido innumerables sepulcros, cerca de la puerta de Agrigento, descubrió una pequeña columna que apenas se levantaba entre los matorrales y en la cual estaba la figura de la esfera y el cilindro.

Dice que sobre la tumba apareció también un epigrama que tenía algo borradas las últimas palabras del epitafio, texto que Cicerón, lamentablemente, no nos transmitió.

De esta manera fue descubierta la tumba olvidada del insigne discípulo de Euclides, Arquímedes, por el no menos famoso Demóstenes romano, M. Tulio Cicerón, en el año setenta y cinco antes del nacimiento de Cristo.

La tumba de Arquímedes, junto con la esfera, el cilindro y el epigrama por causa de las injurias del tiempo, desapareció, pero su nombre quedará sempiterno como el Mundo, y su figura sobrevivirá los siglos, porque es también Athanasio, es decir inmortal.

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