sábado, 21 de junio de 2008

EPIKTETO EN ROMA


¡Dios está en nosotros!
Epicteto: Colloquia. II. 8.

Había en Atenas un famoso pórtico, llamado Pisianancia, decorado con los cuadros del renombrado pintor Polignoto. A la puerta de este pórtico —que los griegos llamaron Stoa Poikile— se reunía Zenón con sus amigos y allí elaboró su nueva tesis con bases precristianas, bajo el nombre de Estoicismo, doctrina —que como fuego en el sediento campo— propagóse por el ya exhausto mundo antiguo.

En las postrimería del siglo primero llegó de Phrigia a la Roma convulsionada por la quiebra de las religiones, un esclavo de Hierápolis. Era Epikteto, brillante representante del estoicismo.

«Palam et publice» y a voz en cuello pregonaba que el mundo es un teatro, donde a cada uno le designaban su papel, y para desempeñar bien el rol sorteado, dictaba el perenne bi-principio: «Si quieres vivir impecable y tranquilo, entonces —«Anekhou kai Apekhou!— ¡soporta y abstente!», pues es preferible estar hambriento, pero tranquilo, a vivir en la abundancia pero entre preocupaciones.

Recomendaba evitar a los hombres como él solía decir: «Aneu tu pratteian, mekhei tu legein!» que nunca llegan a los hechos, porque se detienen en las palabras. Epikteto no dejaba duda alguna que vivimos en un mundo, donde no solamente los víveres, sino que desde el amo hasta el procónsul, todo tiene su fijo precio...

Aconsejaba conseguir solamente las cosas posibles y recomendaba renunciar a las que se tenía, si por razones superiores esto fuera necesario.

A Epikteto le pareció que no hay razón de quejarnos por las desgracias, porque hasta de ellas podemos sacar ventajas y a veces también las mismas gracias. No vayas al oráculo —dijo a un discípulo— a preguntar si te conviene ayudar a tu prójimo, pero tampoco serás un hombre íntegro, si a cada momento buscas tu refugio en otro.

Como los malos cantantes del teatro, no podemos estar solos, y luego nos quejamos por la justa crítica de los prójimos. Uno me dijo que hablaron mal de mí, pero yo contesté, que no podían decir mucho, porque me conocen todavía muy poco, y en secreto quedé, muy, pero muy contento, pues es cosa de reyes actuar bien y sin embargo tener mala fama.

En una de sus parábolas, refiere que el rey espartano Licurgo, por causa de la violencia de un ciudadano perdió un ojo. El pueblo entregó el joven a Licurgo para su castigo, pero el rey, en vez de mandarlo al suplicio le dio, lo que mucho le faltaba, y a él le sobraba, la educación y disciplina cívicas. Hizo así Licurgo, porque sabía —lo que el otro estoico Séneca pregonaba— que el Pueblo se compone de hombres y cada hombre es el sagrado Pueblo mismo!

La agresiva y al mismo tiempo tradicionalista mentalidad romana, no podía ni quería entender los tolerantes y filocristianos principios de Epikteto, por eso, con los otros «pedagogos de la generación», como los filósofos se llamaban entonces, tuvo que abandonar Roma, yendo a Nikopolis de Epiro, pero la ciudad, impregnada ya por sus ideas, no podía librarse de su enseñanza, y por ello, la doctrina de abstenerse y el saber soportar poco a poco venció a la violencia y por medio del mismo cristianismo, religión del amor al prójimo, logró obtener la definitiva victoria.

***

No hay comentarios: