sábado, 21 de junio de 2008

Prefatio

Como una antigua letanía romana, desde mi cátedra, con insistencia catoniana repetía diariamente, que el presente sólo nos puede brindar un mejor futuro, si aprendemos el arte de recoger los frutos del milenario pretérito.
Cuando era niño, vivía en la capital de Hungría, en un barrio que lindaba con una antigua ciudad romana, llamada Aquincum. Ahí he vivido durante muchos años. Aprendí de memoria las inscripciones, era frecuente huésped de las ruinas y columnas, y me hice muy amigo de un escriba, que vivía allí desde siglos y siglos, en un sarcófago; llamábase Apiarius...
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Todo esto me reveló un maravilloso mundo porque allí me hablaron los muros, las estelas milenarias, Apiarius el escriba; y hasta el suave susurro de las olivas hacían correr el velo, que cubría celosamente los secretos del tiempo infinito.
Ese escriba me dijo que el hombre que nace de un querer sin querer, tres veces tiene como compañera a la Muerte. Primero, antes de nacer; por segunda vez, cuando deja de latir el corazón y por tercera vez cuando el muerto ya no tiene a nadie que pudiera recordarlo.
Por ello, fiel a la exhortación pliniana, que nos recomienda escribir cosas dignas de ser leídas, he recopilado todo lo que esos viejos muros y Apiarius comentaban acerca de un mundo pasado...
Al escuchar sus interesantes relatos me asombraba la luz de tan profunda cultura, y a veces, me encandilaban sombras..., sin embargo, perdonando los pecados del presente, anotamos esas sombras también, porque cuando la posteridad pretende cubrir con el velo los vicios del pretérito, demuestra que el presente tampoco es mejor de lo que fue el pasado.
Al presentar ahora algunos de los memorables hechos y dichos de esos inolvidables antiguos, creo ofrecer a su memoria un piadoso recuerdo, para vencer esa Tercera Muerte, que es enemiga de la Inmortalidad.
En las páginas que siguen, Apiarius Marcallinus, el Escriba de Aquincum tiene la palabra con los lectores...
Kal, Ann. D. MCMLXXIII. — IV. Non. Febr.

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