sábado, 21 de junio de 2008

DICE VITRUVIO, EL ARQUITECTO ROMANO


Fuera conveniente que el corazón de los hombres
tenga su ventana, para que los pensamientos
en el futuro ya no sean secretos.
Vitruvio. X. libr. de arq. III.

El dios Apolo de Delfos por medio de la Pytonisa, declaró que el más sabio entre los hombres era Sócrates, y nosotros pregonamos que en la época de oro el mejor arquitecto de Roma era Vitruvio.

Él era el afamado constructor de templos y basílicas, y con su séptima ciencia, también perenne instructor de las almas. Cruzaba diariamente el Foro, y la gente con litúrgico silencio aguardaba sus cautivantes palabras.

De corazón detestaba la gente falsa, y lamentaba con Sócrates la ceguera y la mala construcción del corazón humano, que según su parecer carece de la tan necesaria ventana..., por eso, no se puede mirar detrás de ella, y nos vemos rodeados por la mentira.

Alababa a los atenienses, que por medio de una ley obligaron a los hijos a mantener a sus padres viejos, pero solamente si éstos les habían proporcionado a aquéllos, lo que a ellos nadie podía quitar: las artes y la sabiduría. Consideraba Vitruvio que la única e indespojable riqueza que el hombre puede tener es la ciencia, que los padres tienen que dar a los hijos junto con la vida como dote familiar.

Según él, el instruido nunca puede ser considerado como extranjero, ni náufrago.. En cada país encontrará trabajo y el país en él, un ciudadano útil.

Aristippo, filósofo socrático arrojado por causa de un naufragio a la playa de Rhodas al observar sobre la arena trazadas algunas figuras geométricas, exclamó: «Heuréka tous anthropous!». ¡Encontré hombres!, e inmediatamente se encaminó hacia la ciudad de Rhodas y se puso allí a enseñar filosofía, como lo hizo anteriormente en su Patria. El que sabe, en todo el mundo está en su Patria!

Vitruvio detestaba a los ignorantes y audaces de su noble ciencia, especialmente a los que olvidaban cumplir con la palabra dada. Parece que semejante clase de amnesia en esta época lejana estaba muy en boga, porque en la ciudad de Efeso existía una ley, al parecer dura, pero en realidad muy justa, por la cual se obligaba al arquitecto, cuando se le encargaba dirigir una obra, fijar el costo a que podía ascender, y una vez aceptada la suma de los gastos en la presencia del Magistrado, los bienes del arquitecto quedaban hipotecados hasta la terminación de la obra. Acabada ésta, si el costo había respondido a lo estipulado, el arquitecto quedaba libre, pero si se había gastado más, el exceso tenía que ser abonado con su propio dinero, hasta terminar la obra. Ni en Efeso, ni en Grecia existían obras sin terminar, ni los arquitectos podían ser deshonestos. Lamentablemente Roma ignoraba la ley efesiana, y a Vitruvio le pareció que si esta ley fuera también allí promulgada desaparecerían las injerencias de los ignorantes, y el despojo legalizado de los pobres, que ahora están forzados a hacer gastos infinitos, hasta quedar arruinados.

Dice aun que el arquitecto bueno no pregona su ciencia, sino por el contrario, tiene la ciencia de esperar y callar. La grandeza de su obra hablará por él.

A propósito de la fama. Vitruvio se disgustaba mucho, porque también ya en esta época lejana la gente de poca cultura dio más importancia al músculo, olvidando al hombre que se destacaba por medio del cerebro. A los célebres atletas, vencedores en los juegos olímpicos les dieron el público aplauso con pensiones vitalicias a expensas del Tesoro Público, mientras las perennes obras de los hombres de ciencia las cubrieron con sordo silencio.

La gloria se reparte entre el músculo y el cerebro: los atletas tienen la fama intensa porque se extiende solamente por una vida, pero el sabio por su enseñanza, el arquitecto por medio de su grandiosa obra, ganarán con seguridad la gloria larga y perenne. La veracidad de esta tesis vitruniana demuestra que solamente muy pocos recuerdan a Miltos, nunca vencido atleta de Crotona, pero no hay nadie que ignore el nombre del sabio que vivía en este mismo pueblo que llevaba el inmortal nombre, Pythagoras!

Vitruvio, el arquitecto romano tenía con el lector la palabra...

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