sábado, 21 de junio de 2008

SPECULATORI, O SERVICIO SECRETO ROMANO


Comenzó una forma de vida,
que la hiciera después famosa
la miseria...
C. Tacitus. Ann. I

Ignoras que son infinitos
los ojos y los oídos del Príncipe?
Luciano, c/un Bi
bliomano 23.

Los antiguos magistrados de Roma, que velaban por la integridad de la República, sabían que la Patria tenía siempre dos enemigos; uno de ellos era el insidioso vecino, pero el otro, más peligroso aún, era el delincuente y traidor dentro de sus propias fronteras, los cuales de una u otra manera amenazaban la seguridad y con ella la paz de la República.

En Roma era oficio de todos acabar con ellos, y en esto colaboraba cada ciudadano, aun si no siempre en forma altruista, pues el Estado para determinados casos ofrecía recompensas para los ciudadanos. No faltaban aquéllos que se prestaban a desempeñar el oficio de index, denunciando a un criminal, o cumpliendo el valeroso cargo de acusador ante el correspondiente tribunal. Los emperadores transformaron este oficio voluntario en funciones públicas y crearon una organización estatal, que hoy podríamos llamar SeSeRo, como sigla del afamado y temido Servicio Secreto Romano.

En Roma los esclavos públicos a menudo desempeñaban funciones importantes, pero —y es necesario subrayarlo aquí— los miembros de esta organizacion semimilitar tenían que ser, sin excepción alguna, hombres libres: por esta razón, negaban categóricamente la palabra a un esclavo si intentaba formular denuncia contra su amo, aunque la misma fuera verídica.

No admitían la denuncia de un esclavo, pues para los romanos era preferible olvidar el delito de uno, que permitir que por la denuncia nazca también otro delito, detestable crimen de un esclavo contra la lealtad, que en Roma consideraban como una imperdonable traición

Entre los agentes del Servicio Secreto, según la importancia y variedad de las funciones que desempeñaban dentro y fuera de las fronteras, existían diferentes grupos, donde cada uno gozaba de cierta autonomía y la eficiencia de la colaboración prestada entre ellos era asegurada por las reglas de coordinación, las cuales fueron determinadas directamente por el emperador.

En la época de la República a los agentes los llamaron frumentarii, y estos mismos en la época del Imperio eran conocidos con el titulo de agentes in rebus, agentes en asuntos del Estado, conocidos también con el nombre de veredarios, o ‘nuncios’, a quienes los griegos llamaban angelia-phoroi, es decir, ‘los que traen noticias’, brevemente, ‘mensajeros’.

Las funciones de estos agentes era servir de correo oficial del emperador, y al par desempeñaban también el papel de policía de postas, e inspeccionaban los carruajes públicos.

La función especial de ellos, sin embargo era algo más importante que la de ocuparse con la inspección de vehículos de correo. Los agentes «Angelia-phoroi» informaban al emperador acerca de la situación política y de la opinión publica en general de las respectivas provincias. El emperador, por medio de estos agentes podía controlar constantemente el pulso de su vasto imperio. La extraordinaria importancia de éstos la demuestran los honores y privilegios que el emperador les concedía en premio de sus importantes servicios, además de que también fueron remunerados en forma correspondiente. Al jefe de los agentes se le otorgaba el ansiado título de procónsul con el cíngulo distintivo de conde del Imperio.

A la segunda categoría pertenecían los investigadores, los curiosi o cur-agendorum, cuya función especifica consistía en reprimir la delincuencia, descubriendo y denunciando a los autores de crímenes de la justicia». Los curiosi eran responsables de la veracidad de sus denuncias, y si fueran inventadas o falsas, sufrían por ello la pena del «Talión isocrático».

En el vasto Imperio Romano, existían numerosos puestos de vigilancia en los puertos y desembocaduras de ríos a fin de controlar la circulación de las naves, la entrada y salida de las mercaderías y de los pasajeros. Estos agentes, llamados stationarii, cumplían funciones semejantes a las que hoy se tienen en el Departamento de Comunicaciones de una prefectura marítima.

Al último grupo de los agentes del servicio secreto pertenecían los speculatori, dependientes éstos directamente de la conducción militar.

Cumplían misiones de confianza, explorando y también eliminando a los enemigos internos de la República. Su función especifica consistía sin embargo más bien en controlar los movimientos del enemigo desde su spécula, ‘atalaya’ o puesto en la frontera: de allí recibieron el nombre de speculatori o ‘centinelas de atalaya’.

En tiempos de guerra, introducíanse en el campamento del enemigo, cumpliendo arriesgadas funciones de espionaje, cuya pena entre los antiguos era —excepcionalmente— la mutilación y en general la muerte.

Ignoramos la exacta cantidad de agentes que circulaban dentro y fuera de la república y luego en el imperio. Lo cierto es que fueron los suficientes para denunciar a los conspiradores y demás enemigos de la patria.

Cicerón, en una de sus arengas le advirtió a Catilina, diciendo:

—Sin que te dieras cuenta, los ojos y los oídos de muchos seguirán espiándote y vigilándote, como lo hicieron hasta ahora!

Luciano, a su vez, ya en la época del imperio se sorprende que haya uno que ignore que «son infinitos los ojos y los oídos del Príncipe!»

Referente al «oído del Príncipe» cabe recordar aquí el sistema infalible del tirano de Siracusa, Dionisio. Había y existe todavía hoy en Siracusa una milenaria y oscura cueva, donde Dionisio, hace 2300 años, tenía la costumbre de encerrar a sus opositores políticos. Muy tarde se enteraban las víctimas de que estaban prácticamente en el «oído de Dionisio», pues la gruta oscura, por conductos naturales tenía comunicación directa con una sala particular del desconfiado y al par curioso tirano. A esa sala secreta llegaban desde la gruta 35 metros abajo, las conversaciones de los aprisionados, en forma clara y entendible, y también fuerte, porque los más suaves susurros llegaban arriba como si fueran gritos. Dionisio divertíase principescamente, y sus víctimas, acusadas por sus propias palabras, tenían que pagar muy cara la sinceridad de sus conversaciones mantenidas en la cueva.

*

Los agentes del Servicio Secreto, registrados en schola-s (schola agentium), es decir en ‘colegios’, gozaban de cierta clase de autonomía y dependían directamente del Emperador.

La independencia funcional de los agentes, sin embargo, era sólo virtual, pues consideraban los antiguos que «abominables son los que hacen informes y delaciones a favor del Fisco», además la Constitución griega establecía que «no sea lícito a un esclavo, ni siquiera a un hombre libre, hacer denuncias, por cuya consecuencia alguien pudiera temer la muerte, o la pérdida de sus bienes.

A los contraventores de esta orden si era esclavo lo echaban directamente al fuego, y si era hombre libre, lo desterraban, decretando la confiscación de sus bienes y la perdida de la ciudadanía.

Las limitaciones resultaban muy virtuales y hasta relativas, pues los emperadores Caro Carino y Numeriano a su vez opinaban que «no están sujetos a las acusaciones criminales, como delatores los que defienden las causas de la República y precisamente por medio de ésta aseguraban los intereses de la Omnipotente Utilidad Publica». Sin la colaboración de estos agentes —dijo el emperador Tiberio— «quedaría destruida la justicia, si debiéramos prescindir de los ministros que la guardan».

Los emperadores de Roma, ni siquiera por medio de esta temible organizacion podían asegurarse para sí la popularidad y la gracia del pueblo; por el contrario, el hombre de la calle detestaba de corazón «los oídos del Príncipe», y no faltaban algunos cripto-valientes, que repartían libelos que con voz atrevida pregonaban: «Aunque cortes todas las vides, nunca podrás impedir que haya suficiente vino para celebrar tu salida!»

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